Vía Galleycat llego a Breve historia de la literatura juvenil, un interesante video elaborado por Epic Reads y que muestra precisamente eso, la historia de la literatura juvenil –YA, Young Adults en inglés– dirigida generalmente a adolescentes lectores entre los 12 y los 18 años, y que en los primeros 15 años de este tercer milenio está viviendo un segundo aire gracias a la aparición de libros como las sagas Crepúsculo de la escritora Stephenie Meyer y Los juegos del hambre de Suzanne Collins, así como con la creación de premios literarios enfocados en esta categoría.
Es interesante ver algunas diferencias entre la Literatura Juvenil en Estados Unidos y países de habla hispana como es el caso de México, comenzando por el término mismo: en inglés se usa YA y fue utilizado por vez primera en 1960; en español no existe un registro oficial del término (si me equivoco, por favor corríjanme) que, además siempre viene acompañado de un género hermano, es decir, la Literatura Infantil; de esta manera nosotros lo conocemos generalmente como LIJ (Literatura Infantil y Juvenil) y entre los muchos exponentes actuales encontramos, desde luego, las traducciones de libros mencionados en el video, pero también es posible mencionar a buenos representantes LIJ de habla hispana, por ejemplo los mexicanos Juan Villoro, Jaime Alfonso Sandoval y María Luisa Puga, entre muchos otros.
Por cierto, que en lo personal no me gusta mucho pensar en que la LIJ está sólo dirigida a niños y adolescentes, soy de las que, al igual que C. S. Lewis, “me inclino establecer como canon que un cuento para niños que sólo disfrutan los niños es entonces una mala historia infantil.”
Y siguiendo la línea histórica del post publicado hace un par de días, qué les parece revisar hoy el origen del colofón, y es que, como sabrán, todo lo relacionado con la historia del libro y las bibliotecas siempre resulta apasionante, al menos para la que escribe ahora este post.
Sí, seguramente muchos dirán que ya todos sabemos qué es el colofón y que es un tema muy masticado que se puede encontrar fácilmente en cualquier tesauro especializado en bibliotecología y ciencias afines; pero estoy casi segura que en esas fuente no encontrarán el apasionante origen de esta bella anotación.
Colofón actual en “The design of books” de Wilson
Antes de comenzar y por si hay algún despistado que aún no sabe de qué estamos hablando, veamos qué nos dicen los diccionarios especializados en el tema sobre lo que es un colofón:
Según el Glosario ALA en su segunda acepción:
2. En los libros modernos, anotación final del libro o en el verso de la portada, o página de derechos, donde se registran el nombre del impresor, el tipo de letra y de papel empleados, material utilizado en la encuadernación, equipo de impresión usado y nombres de las personas que han intervenido en la producción del libro. No debe haber confusión con la marca tipográfica.
El colofón es pues la anotación que se pone al final de la mayoría de los libros (en la última página impar) y donde se mencionan datos como los arriba mencionados, además de la tirada y también el logo de la editorial. Y aunque así lo mencione el Glosario de la ALA, no debe confundirse con la anotación en el reverso de la portada o página de derechos. Ambas partes contienen datos totalmente distintos.
Falso colofón en la “Enciclopedia of the book” de Glaister.
Ahora sí, vayamos al origen:
Algunos de los primeros libros impresos contenían al final del texto un párrafo conocido como colofón (proveniente del latin colophon y a su vez del griego κολoφών, cumbre, cima) en el que se anotaba el título, autor, impresor y fecha de finalización del libro, los primeros impresores comenzaron a incluir este párrafo al final del texto pues seguramente sentían que habían llegado a la cumbre después del arduo proceso de imprimir el libro en esa primera etapa evolutiva de la imprenta.
Colofón impreso en 1471. Fuente: Wikipedia
Sin embargo, estos primeros colofones en los libros impresos distan mucho de ser el verdadero origen de este párrafo final; al contrario, lo que los primeros impresores hicieron fue continuar la tradición de los manuscritos, de hecho, los primeros libros impresos eran muy similares a sus parientes manuscritos, pero definitivamente el origen y desarrollo de algunas características fundamentales del libro como lo conocemos hoy en día, tal es el caso de la portada, sólo fueron posibles gracias al surgimiento de la imprenta, ese quizá sea tema para otro post.
Volviendo al colofón, en los manuscritos éste era una orgullosa declaración final del escriba donde indicaba el título, su nombre, la fecha y lugar donde se había copiado ese manuscrito, una bendición a la persona que había encomendado esa copia y, desde luego, amenazas de excomunión para todos aquel que realizara una copia sin autorización (la piratería es más antigua de lo que creemos); algunos copistas más osados anotaban incluso el tiempo que les había tomado realizar esa copia, tal es el caso del Worms Illuminated Mazhor que le tomó a Simah ben Judah nada más y nada menos que cuatro semanas para finalizar la copia en 1272. En la Baja Edad Media encontramos que algunos colofones eran escritos en verso, aunque, claro, había colofones menos ostentosos donde el escriba sólo anotaba su nombre y la fecha en que fue terminada la copia.
Ya para terminar, el colofón más antiguo del que tenemos conocimiento aparece en una copia del Libro de los profetas escrito por Moses ben Asher en Tiberias en el 827, aunque no olvidemos otros colofones igualmente célebres.
Obras consultadas:
Glaister, Geoffrey Ashall. Encyclopedia of the book. 2a ed. USA ; London : Oak Knoll : The British Library, 1996.
Glosario ALA de bibliotecología y ciencias de la información. Madrid : Díaz de Santos, 1988.
Martin, Henri-Jean. The history and power of writing. Chicago ; London : The University of Chicago, 1994.
Wilson, Adrian. The design of books. San Francisco : Chronicle Books, 1993.
Me encuentro hoy en Book BabyA look at banned books, una interesante infografía publicada en Printerinks y que presenta un recuento histórico de algunos de los clásicos literarios más famosos de todos los tiempos que en algún momento fueron prohibidos por diversas causas. En esta breve historia de los libros prohibidos podemos encontrar el año de publicación, el país en el que fue prohibido, las causas y los años que cada título pasó “en las sombras.”
Curioso encontrar en esta selección infográfica títulos como la Biblia, prohibida en la URSS por 30 años; otro título que llama mi atención por la actualidad es El código da Vinci de Dan Brown, publicado en 2003 y prohibido en Líbano a partir de 2004 por ofender las creencias cristianas. Vamos que, sin importar lo “avanzados” que estemos en pleno siglo XXI, los libros seguirán considerándose armas peligrosas, así que no debe sorprendernos seguir encontrando cada tanto distintos libros en la “lista negra.”
Entre los libros prohibidos en las escuelas destaca para mi sorpresa Romeo y Julieta de William Shakespeare, prohibido en Carolina del Sur donde los padres de familia argumentaron que era un libro “muy maduro” y no apto para las edades de sus hijos al tocar temas de sexualidad muy complejos… y yo me pregunto, ¿los padres piensan que los niños son tontos?
Otros libros que, desde luego, no puede faltar en esta lista de prohibidos en varias escuelas de Reino Unido es la saga de Harry Potter de J.K Rowling y la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer. En literatura infantil también encontramos a El maravilloso mago de Oz de L. Frank Baum, prohibido en 1957 en la Biblioteca Pública de Detroit ya que no tenía ningún valor para los niños de aquel entonces y porque llevaba a las mentes de estos niveles de cobardía. En lo particular, El mago de Oz no fue una de mis lecturas favoritas y dejó mucho que desear, pero de ahí a considerarlo sin valor y prohibirlo… pues no.
Otros títulos menos sorprendentes o que de alguna manera fue obvia su prohibición principalmente por la temática que abordaron en su momento histórico encontramos Animal farm y 1984, ambos escritos por George Orwell en 1945 y 1949, respectivamente, el primero fue prohibido en Cuba, Kenia, China, Rusia y los Emiratos Árabes Unidos, y el segundo en Rusia. Brave new world escrito por Aldous Huxley y publicado por vez primera en 1932, es otro libro que no puede faltar en esta fatídica lista, prohibido durante 5 años en Australia, todas las copias existentes en las bibliotecas australianas fueron quemadas entre 1932 y 1937.
Como vemos, los motivos son varios y en el proceso de prohibir un libro intervienen muchas mentes perversas, más perversas que los libros mismos (a ratos yo diría que mentes sin entendimiento), incluidas las de los bibliotecarios que, por otro lado, deberíamos ser los principales defensores de cualquier contenido y su libre acceso, sin importar si consideramos o no de calidad el contenido, apto o no para determinado lector, peligrosa o no la temática, etc.
La caligrafía en pergamino puede durar mil años pero, ¿cuánto puede durar una impresión en papel?, 200 años quizá, y difícilmente ésta podrá ser bella.*
Esto lo dijo hace más de 500 años Jean de Tritenheim, arzobispo de Spanheim en su libro Laude scriptorum (Mainz 1494) a sus monjes para que estos continuaran realizando bellos manuscritos. La imprenta de Gutenberg (aunque en Holanda aseguren que realmente Laurens Coster ya la utilizaba 20 años antes que Gutenberg) tenía unas cuantas décadas de haber visto la luz en Mainz (curiosamente la misma ciudad donde precisamente se escribió el Laude scriptorum) y comenzaba a expandirse rápidamente en toda Europa, el éxito de la imprenta fue tal que apenas conquistado el nuevo mundo, la Nueva España no tardó en contar con sus primeras imprentas que pronto llegarían al resto del continente; sin embargo, como cualquier nueva tecnología, los humanos de aquel entonces, como ya lo hemos visto con Jean de Tritenheim, eran reticentes al cambio y poco o nada imaginaban lo que sería el mundo literario 500 años después: editores, impresores, ferias del libro, desarrollo de la tipografía, cambio de la lectura continua y en voz alta a la lectura en silencio, audiolibros, ediciones de bolsillo, libros de arte, libros interactivos, libros electrónicos, bibliotecas, libreros, librerías en línea y un amplísimo etcétera en este universo que sólo fue posible gracias a la imprenta que en su origen no era del todo aceptada.
Se dice pues que una vez llegada la imprenta, el reinado de los escribas vio su fin, es cierto que por algún tiempo siguieron existiendo, pero su trabajo se limitó a rubricar los libros impresos y, más temprano que tarde, escribir cartas, proclamas y, en casos excepcionales, a escribir libros que estaban destinados a una nobleza que también era reticente al cambio y veía con muy malos ojos todos aquellos libros salidos de las imprentas, tal es el caso del duque Federico de Urbino quien prohibió terminantemente cualquier impreso en su biblioteca, que por cierto pronto se convertiría en la segunda biblioteca más importante de Italia después de la del Vaticano.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? No a hablar del fin del libro impreso, ni del editor, ni de nada que se le parezca, en este espacio no se cree en apocalipsis, sino en renovaciones y transformaciones; a diferencia de hace 500 años, estoy convencida que el libro perdurará y vivirán ambas caras de una misma moneda en convivencia por muchos años, décadas, siglos quizá. Además cabe señalar que, de hecho, el libro no desapareció con la imprenta, sino que se transformó y con él se transformaron las prácticas de lectura y también surgieron nuevos profesionales del libro, profesionales que hoy como hace 5 siglos tienen miedo al cambio y no entienden el mundo de posibilidades que se nos presentan con los nuevos formatos de lectura.
Y aunque no me gusta proclamar desapariciones, los que no logremos adaptarnos sí que corremos el riesgo de desaparecer, tal como ocurrió con los escribas; mientras nos seguimos preguntando cómo enfrentarnos a los nuevos formatos y varios siguen enarbolando el olor del libro como justificación a su existencia, otros ya están tomando nuestro lugar y, bien que mal, comienzan a ensayar la introducción de todos estos materiales en el mercado literario y también en las bibliotecas. Así que más nos vale adaptarnos al cambio y entenderlo, recuerden aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino cortar…”
* Fuente:
Wilson, Adrian. The design of books. San Francisco : Chronicle Books, 1993.
Quizá llevas mucho tiempo barajando la posibilidad de escribir un libro, sí, ese que se convertirá en tu obra maestra y que además te catapultará a la fama en el mundo de las letras; pero resulta que cada vez que te sientas frente al teclado de la computadora –o si eres de los nostálgicos que todavía quedan por algún lugar, frente al papel y pluma– nada sale de esa pantalla y entonces te enfrentas a la agonía más grande de todo escritor o escritora: el papel en blanco –literal y metafóricamente hablando–. Vamos, que las musas no llegan todos los días y, como dice Stephen King en On writing, eso de sentarse a escribir es una cuestión de hábito y constancia, más que de inspiración y musas; aunque eso sí, un poquito de genialidad no le vienen mal a nadie, porque quién se atreverá a negar que el Sr. King fue dotado de una gran imaginación que, aunada con su constancia, lo hacen uno de los autores más prolíficos de estos tiempos, nada más y nada menos que un libro por año desde 1974, además de varios guiones para cine y televisión.
Pero volviendo al tema del hábito y la constancia, seguramente les interesará revisar Grandes autores y sus hábitos inusuales para escribir, una infografía elaborada por Ninja Essays y a la que llego gracias a Galleycat donde muestran algunas de las excentricidades que inspiraron a los grandes escritores para sentarse a trabajar.
Quién sabe, nada pierdes con intentar el estilo de Edgar Allan Poe y sus tiras de papel, aunque viéndolo con otros ojos tampoco se le daba mal la misma práctica de Fitzgerald frente al papel en blanco, la bebida. Pero no, no creo que lo recomendable sean más escritores con vida tortuosa, en lo personal me gusta bastante el estilo “libre y sin ataduras” de Salinger, aunque no lo encuentre del todo cómodo para cualquier época del año, por cierto, en los comentarios al post en Galleycat mencionan que el Salinger que aparece en la infografía no es Salinger, ¿alguien puede confirmar?, y en lo que son peras o manzanas yo sigo usando la imagen para ilustrar este post 😀
Ahora que si lo que necesita es estar descansado y tener la mente despejada, puedes intentar con el estilo de Twain, y si éste no te funciona, el de Hemingway seguro es para ti; eso sí, asegúrate de que las venas de sus piernas estén en buen estado.
Ya está, espero el tip te sirva y pronto me envíes una copia firmada de tu obra maestra.
No es ninguna novedad y nadie debe sorprender que para que un escritor logre una historia que impacte a cualquiera, debe tener una gran imaginación; sin embargo, que la imaginación llegue a tal punto que después de varios años, décadas o incluso siglos de publicados encontremos en nuestro presente similitudes con las historias que salieron de su puño y letra, resulta por lo menos sorprendente, si no es que admirable.
Quizá uno de los ejemplos más representativos de autores cuyas obras se acercaron bastante al futuro es Julio Verne (1828-1905), por ejemplo, en sus obras encontramos naves espaciales, submarinos y otros cuantos desarrollos que fueron posible varias décadas después de su muerte, no conforme con ello, se dice además que se adelantó a algunos descubrimientos y eventos históricos, el más conocido es quizá el viaje a la luna del que Verne hablaba en su obra De la tierra a la luna publicada en la segunda mitad del siglo XIX y que fue una realidad casi 100 años después cuando Neil Armstrong se convirtió en el primer hombre en pisar nuestro satélite natural (1969).
Verne durante décadas ha asombrado a lectores y aunque es quizá el más representativo, afortunadamente no es el único, las letras han sido prolíficas para hablar de futuros hipotéticos que, con el paso del tiempo se convirtieron asombrosamente en realidad. La infografía que traigo hoy, publicada en Printer Inks y a la que llego gracias a The book Baby blog, habla precisamente de los libros que predijeron el futuro y nos muestra 24 muy buenos ejemplos; por cierto que esta infografía no olvida a Julio Verne, pero en ella tampoco pueden faltar 1984 de George Orwell, publicada e 1932, en esta obra Orwell ya hablaba de espionaje gubernamental, un tema que en el últimos 6 años ha dado mucho de que hablar con los famosos Wikileaks; Fahrenheit 451 de Ray Bradbury publicado en 1948 es otro clásico que no podía faltar en esta infografía; Valiente mundo nuevo de Aldous Huxley, publicado en 1932 ya nos hablaba de la ingeniería genética que fue posible sólo hasta 1972.
Algunas predicciones son asombrosas, otras se acercan tanto a la realidad que asustan: no dejo de pensar en Fahrenheit 451 de Bradbury, el obligado de todo bibliotecario, y en las quemas de libros que incluso en pleno siglo XXI siguen existiendo.
¿Se les ocurre algún otro ejemplo que se pueda anexar a la infografía?
Como cada 23 de abril nos damos cita para celebrar el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, que a su vez coincide con otras fechas importantes como es el Día Mundial del Idioma Español y el Día del Bibliotecólogo en Colombia –¡Felicidades colegas de aquel lado del continente!–, y con un día de diferencia también se celebra el Día de la Tierra (22 de diciembre); así que, como verán hay razones de sobra para festejar en grande. Como ya es costumbre, en el blog la celebración viene de la mano de recomendaciones de lectura, en esta ocasión de sólo un libro que, definitivamente merece más de una lectura y que deja con una impresionante cantidad de anotaciones, subrayados y marcadores:
Shady characters: the secret life of punctuation, symbols & other typographical marks de Keith Houston: un libro simple y sencillamente iluminador en el que, con una lectura bastante ligera conoceremos el origen del asterisco (*), del octothorpe, mejor conocido como gato por estas latitudes (#) y que ha devenido en el famoso hashtag tan usado y maltrecho en twitter, la coma (,), los puntos (. :), los confusos guiones (medios -, largos –), la diagonal (/), el olvidado pilcrow (¶) que tiene siglos de existencia y al que ahora sólo vemos a través de procesadores de textos, los párrafos, el poco exitoso interrobang (⸘‽) que en la primera mitad del siglo pasado pretendió salir a la luz como una mezcla de interrogación y exclamación, el arroba (@) tan usado en estas fechas y que, a pesar de que muchos crean que es reciente (yo incluida hasta que leí este libro), ya se usaba en el comercio hace siglos; y tantos otros signos que manejamos en nuestros escritos diarios en twitter, facebook, correo electrónico y que damos por hechos sin imaginar el largo camino que han recorrido hasta nuestros golpes de teclado.
Y antes de terminar, otra buena razón para celebrar es que, como pocas veces los usuarios de twitter dieron paso a TT (trending topics) un poco más amables con motivo de este día. Ya está, a celebrar.
¿Sabías que durante una buena parte del primer milenio de la era cristiana, los textos copiados por los escribas no tenían espacios entre las palabras y tampoco existían los signos de puntuación que tantos dolores de cabeza provocan hoy en día a muchas personas; razón por la cual, era común en aquel entonces realizar la lectura en voz alta?
¿Sabías que antiguamente los textos sólo estaban escritos en mayúsculas y que fue gracias a Carlomagno, emperador de Roma del 800 al 814 de nuestra era, y su dificultad para aprender a escribir —porque sí, gobernantes analfabetas los ha habido en todos los tiempos— reproduciendo los trazos complicados de las “Capitales Romanas”, que su profesor Alcuino de York se dio a la tarea de revisar las letras utilizadas en aquel entonces y a simplificar los trazos, creando de esta manera las letras minúsculas que seguimos utilizando hoy en día?
¿Sabías que actualmente nadie logra ponerse de acuerdo en si la CH y la LL son letras o deben ser rebajadas al nivel de dígrafos, es decir, la combinación de dos letras para representar un sonido?
Estos y otros datos más los encontrarán en El libro de las letras: de la A a la Z, y no es diccionario de Victoria García Jolly, editado en 2011 por la editorial Otras Inquisiciones en la “Colección Códex”. Un libro simple y sencillamente fascinante que más allá de un tratado de lingüística, de paleografía o un estudio tipográfico, es un recuento ameno del surgimiento de las letras y es la reivindicación de algunas.
Si eres de los que no entienden el desperdicio de tinta y/o de pixeles en el uso de una H que de cualquier forma no va sonar, porque todos sabemos que es muda a menos que la preceda una C; si eres de los que se quejan por la existencia de la V y la B que no hacen más que causarnos conflicto y provocarnos varios sonrojos cuando confundimos una por la otra, o si eres de los que, en un arranque de rebeldía escribe “Ke” en lugar de “Que”; este libro te hará entender muchas cosas y te explicará el porqué de algunas letras que ahora nos parecen obsoletas y engorrosas, te ayudará a ser un poco más solidario con muchas letras vilipendiadas durante siglos y, quién sabe, quizá hasta descubras que tienes nuevas favoritas, aunque esto no te salvará de seguir cometiendo algunos errores ortográficos.
El único pero que le pongo a este libro son los chistes que la autora mete en algunos capítulos y que ella misma reconoce en el epílogo son malos, aunque el recuento histórico de cada letra es tan ameno que bien se le perdonan. Un libro que, como les mencionaba, resulta fascinante y que sin duda amerita más de una lectura para digerirlo mejor.