¿Sabías que durante una buena parte del primer milenio de la era cristiana, los textos copiados por los escribas no tenían espacios entre las palabras y tampoco existían los signos de puntuación que tantos dolores de cabeza provocan hoy en día a muchas personas; razón por la cual, era común en aquel entonces realizar la lectura en voz alta?
¿Sabías que antiguamente los textos sólo estaban escritos en mayúsculas y que fue gracias a Carlomagno, emperador de Roma del 800 al 814 de nuestra era, y su dificultad para aprender a escribir —porque sí, gobernantes analfabetas los ha habido en todos los tiempos— reproduciendo los trazos complicados de las “Capitales Romanas”, que su profesor Alcuino de York se dio a la tarea de revisar las letras utilizadas en aquel entonces y a simplificar los trazos, creando de esta manera las letras minúsculas que seguimos utilizando hoy en día?
¿Sabías que actualmente nadie logra ponerse de acuerdo en si la CH y la LL son letras o deben ser rebajadas al nivel de dígrafos, es decir, la combinación de dos letras para representar un sonido?
Estos y otros datos más los encontrarán en El libro de las letras: de la A a la Z, y no es diccionario de Victoria García Jolly, editado en 2011 por la editorial Otras Inquisiciones en la “Colección Códex”. Un libro simple y sencillamente fascinante que más allá de un tratado de lingüística, de paleografía o un estudio tipográfico, es un recuento ameno del surgimiento de las letras y es la reivindicación de algunas.
Si eres de los que no entienden el desperdicio de tinta y/o de pixeles en el uso de una H que de cualquier forma no va sonar, porque todos sabemos que es muda a menos que la preceda una C; si eres de los que se quejan por la existencia de la V y la B que no hacen más que causarnos conflicto y provocarnos varios sonrojos cuando confundimos una por la otra, o si eres de los que, en un arranque de rebeldía escribe “Ke” en lugar de “Que”; este libro te hará entender muchas cosas y te explicará el porqué de algunas letras que ahora nos parecen obsoletas y engorrosas, te ayudará a ser un poco más solidario con muchas letras vilipendiadas durante siglos y, quién sabe, quizá hasta descubras que tienes nuevas favoritas, aunque esto no te salvará de seguir cometiendo algunos errores ortográficos.
El único pero que le pongo a este libro son los chistes que la autora mete en algunos capítulos y que ella misma reconoce en el epílogo son malos, aunque el recuento histórico de cada letra es tan ameno que bien se le perdonan. Un libro que, como les mencionaba, resulta fascinante y que sin duda amerita más de una lectura para digerirlo mejor.