La caligrafía en pergamino puede durar mil años pero, ¿cuánto puede durar una impresión en papel?, 200 años quizá, y difícilmente ésta podrá ser bella.*
Esto lo dijo hace más de 500 años Jean de Tritenheim, arzobispo de Spanheim en su libro Laude scriptorum (Mainz 1494) a sus monjes para que estos continuaran realizando bellos manuscritos. La imprenta de Gutenberg (aunque en Holanda aseguren que realmente Laurens Coster ya la utilizaba 20 años antes que Gutenberg) tenía unas cuantas décadas de haber visto la luz en Mainz (curiosamente la misma ciudad donde precisamente se escribió el Laude scriptorum) y comenzaba a expandirse rápidamente en toda Europa, el éxito de la imprenta fue tal que apenas conquistado el nuevo mundo, la Nueva España no tardó en contar con sus primeras imprentas que pronto llegarían al resto del continente; sin embargo, como cualquier nueva tecnología, los humanos de aquel entonces, como ya lo hemos visto con Jean de Tritenheim, eran reticentes al cambio y poco o nada imaginaban lo que sería el mundo literario 500 años después: editores, impresores, ferias del libro, desarrollo de la tipografía, cambio de la lectura continua y en voz alta a la lectura en silencio, audiolibros, ediciones de bolsillo, libros de arte, libros interactivos, libros electrónicos, bibliotecas, libreros, librerías en línea y un amplísimo etcétera en este universo que sólo fue posible gracias a la imprenta que en su origen no era del todo aceptada.
Se dice pues que una vez llegada la imprenta, el reinado de los escribas vio su fin, es cierto que por algún tiempo siguieron existiendo, pero su trabajo se limitó a rubricar los libros impresos y, más temprano que tarde, escribir cartas, proclamas y, en casos excepcionales, a escribir libros que estaban destinados a una nobleza que también era reticente al cambio y veía con muy malos ojos todos aquellos libros salidos de las imprentas, tal es el caso del duque Federico de Urbino quien prohibió terminantemente cualquier impreso en su biblioteca, que por cierto pronto se convertiría en la segunda biblioteca más importante de Italia después de la del Vaticano.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? No a hablar del fin del libro impreso, ni del editor, ni de nada que se le parezca, en este espacio no se cree en apocalipsis, sino en renovaciones y transformaciones; a diferencia de hace 500 años, estoy convencida que el libro perdurará y vivirán ambas caras de una misma moneda en convivencia por muchos años, décadas, siglos quizá. Además cabe señalar que, de hecho, el libro no desapareció con la imprenta, sino que se transformó y con él se transformaron las prácticas de lectura y también surgieron nuevos profesionales del libro, profesionales que hoy como hace 5 siglos tienen miedo al cambio y no entienden el mundo de posibilidades que se nos presentan con los nuevos formatos de lectura.
Y aunque no me gusta proclamar desapariciones, los que no logremos adaptarnos sí que corremos el riesgo de desaparecer, tal como ocurrió con los escribas; mientras nos seguimos preguntando cómo enfrentarnos a los nuevos formatos y varios siguen enarbolando el olor del libro como justificación a su existencia, otros ya están tomando nuestro lugar y, bien que mal, comienzan a ensayar la introducción de todos estos materiales en el mercado literario y también en las bibliotecas. Así que más nos vale adaptarnos al cambio y entenderlo, recuerden aquello de “cuando veas las barbas de tu vecino cortar…”
* Fuente:
Wilson, Adrian. The design of books. San Francisco : Chronicle Books, 1993.