¿Saben?, el mes de mayo de cada año siempre estoy con mi pensamiento en el blog, pues es cuando cumple años. Y aunque este 2024 ha sido lo mismo, me sorprendí esta mañana con la novedad de que se me había pasado completamente el 18 de mayo (y casi el mes completo), fecha en la que uvejota.com cumple un año más de andanza en este mar digital, sus dulces 16.
Mucho ha cambiado desde esas primeras entradas que publiqué en aquel lejano mayo de 2008: aunque había quienes vaticinaban la desaparición de los blogs frente al creciente uso de redes sociales (twitter y facebook, en aquel entonces), lo cierto es que los blogs gozaban de gran salud y marcaban la pauta en la forma de interactuar y relacionarte a través de internet.
También existían poderosísimos lectores de RSS que me mantenían al día con los blogs que seguía y las distintas webs que me interesaban. Muchos de estos lectores de RSS, de hecho, también ya han desaparecido; pareciera que están condenados a extinguirse. Entre ellos encontramos a Google Reader, el primero que usé y que Google discontinuó en 2013.
Y para nada quiero un post fatalista de aniversario de uvejota.com, de hecho, ahora que lo pienso no me gusta nada el título de este post. Soy una convencida de que, a pesar de los pesares, los blogs continuarán y seguirán siendo los que den material a tantas redes sociales. Pero es precisamente esta reflexión constante (especialmente cada que se acerca el aniversario) sobre la importancia de los blogs y también sobre la desaparición de contenidos digitales no sólo en estos espacios, sino también en redes sociales, páginas web, apps, etc., lo que me lleva a plantearme sobre la memoria digital.
Lo anterior incluye también las stories en distintas redes como Instagran, Facebook, Whatsapp, Snapchat, entre otras, que tienen una duración de 24 horas, a menos que el usuario decida conservarlas. Aunque esto también me lleva a preguntarme si todos estos contenidos son relevantes y vale la pena que todo perdure, pero esto ya es tema para otro post.
La reflexión sobre la memoria y la decadencia digital, coincide curiosamente con la publicación de un importante estudio sobre el tema a cargo del Pew Research Center en el que podemos ver cómo gran cantidad de contenidos han desaparecido de internet, la llamada “decadencia digital” afecta tanto a información en páginas de gobierno, redes sociales y distintos espacios en la web.
Sin embargo, el tema no es nada nuevo y no se limita a la desaparición de contenidos digitales del siglo XXI; lo efímero de los soportes documentales ya amenazaba seriamente los contenidos creados en pleno siglo XX. Durante mis estudios de Licenciatura ya se ponía énfasis en la pérdida de contenidos almacenados en microfichas, cintas magnéticas, CD-ROMs, discos floppy, etc. La pérdida podía deberse a la incapacidad de transferir la documentación a otros medios, la corrupción del soporte y/o la falta de dispositivos para visualizar los contenidos en esos soportes.
Incluso publicaciones en un formato que había mostrado durabilidad a través de los siglos como es el libro impreso, se ven amenazadas por el uso de papel cuya acidez lo condena a la desaparición irremediable y más rápida que en libros publicados hace tres o cuatro siglos. Es decir, la acidez del papel afecta principalmente a aquellos libros publicados entre mediados del siglo XIX y hasta la ultima década del XX.
Pero ¿qué nos dice el informe del Pew Research Center en relación con los contenidos digitales?
A través del análisis de enlaces que devuelven códigos de error como 404 (No Encontrado), 410 (Eliminado), entre otros, concluyó que un tercio del contenido creado en 2013 ya no está accesible en 2023, esto representa el 38% de pérdida de información. La decadencia digital afecta a páginas de gobierno, sitios de noticias, Twitter (actual X), e incluso Wikipedia.
Intuyo que si este estudio se extendiera a otras redes sociales, blogs, páginas de instituciones académicas, bibliotecas y apps móviles, seguramente la tendencia sería la misma. Acá algunos de los resultados más relevantes:
23% de páginas de noticias y 21% de páginas gubernamentales tienen al menos un enlace roto.
54% de las páginas de Wikipedia tienen en la sección de “Referencias” al menos un enlace que lleva a una página inexistente.
Casi uno de cada cinco tuits no es públicamente visible después de algunos meses de haberse publicado. En el 60% de los casos se debe a que el propietario hizo su cuenta privada o se dio de baja de la plataforma. En el 40% de los casos restantes, el propietario borró ese tuit.
La importancia de este estudio radica en los sitios que analizó. Esta decadencia digital nos habla de la pérdida de información y, sí, por qué no, de la pérdida de la historia digital.
Desde luego, no todo está perdido o perdido completamente, actualmente contamos con sitios tan valiosos como el Wayback Machine de Internet Archive que, según Wikipedia desde 1996 archiva páginas web y hasta el 3 de enero de 2024 tenía archivados más de 860 mil millones de páginas y más de 99 petabytes de datos. Infortunadamente, es imposible para Internet Archive archivar todo lo que hay en internet, pero es un esfuerzo importante para no perder esta información.
Cabe pues la pregunta, ¿cuánta información hemos perdido en las últimas décadas por la decadencia de los soportes y plataformas digitales?, ¿qué podemos hacer los bibliotecarios al respecto?
Pues eso, como ya lo dije sirva esta reflexión sobre la decadencia digital y la preservación de la memoria digital para celebrar 16 años de uvejota.com.
Definitivamente no ha habido mejor manera de celebrar esta década del blog que con grandes invitados, como lo decía en el post de aniversario, profesionales a los que admiro por su labor en este mundo del libro, la lectura y las bibliotecas, personas a las que además aprecio mucho y que en su mayoría son de alguna forma coincidencias fortuitas de este blog y las redes.
Para muestra, mi invitado de hoy, Jordi Serrano (@jserranom en las redes), Director de Servicios Digitales de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), a quien “conozco” a la distancia desde hace ya casi la década de este blog, a quien leo atenta porque siempre tiene algo que decir y aportar sobre la labor de las bibliotecas, quien las piensa en el pasado, en el presente y en el futuro. Este post lo deja ver muy claramente, un post que para los que ya pasamos por ahí no sólo nos llenará de nostalgia, sino que nos hará replantearnos dónde estamos y para dónde vamos y, para los que acaban de llegar los ayudará a plantearse dónde estamos y de dónde venimos, y también a envidiarnos un poquito (¡aja!)
Jordi sabe que la esencia del bibliotecario es cambiante, aunque quizá no tanto, pero sí, aunque no. je. Cada vez que tengan oportunidad léanlo o escúchenlo, no se arrepentirán.
Jordi, mil gracias por aceptar repetir el festejo, yo más que honrada de abrirte las puertas de este espacio.
¡Bienvenido!
––––––––––––––––––
¿Cómo hemos cambiado?
Jordi Serrano Director de Servicios Digitales de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) Biblioblog 4ª edición @jserranom
Hola de nuevo, todo un placer volver a este blog con motivo del 10 aniversario. Felicidades @uvejota. Retomo mi contribución al quinto aniversario de este blog en dónde comenté el tema de la gestión de datos y la posibilidad de que fuera una oportunidad profesional y en donde finalizaba el post con la siguiente frase «Uno ya empieza a estar “viejito” pero mantengo la premisa de “renovarse o morir”».
Pues sí, cinco años más tarde, uno está más viejito y aprovecho la invitación de Verónica para compartir algunos aspectos que he vivido en mi trayectoria profesional. Esta aportación al blog de Verónica es la síntesis de un material que elaboré para el “Máster Universitario Online en Documentación Digital” de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona que trata de la evolución del profesional bibliotecario. Vayamos al grano:
Los inicios
Mi primer contacto con este mundo se remonta a 1984, fue un “aterrizaje” casual ya que alguien decidió que yo era la persona más indicada para sustituir al bibliotecario de toda la vida al que le llegó la jubilación. Ahí descubrí que eso de gestionar una biblioteca no era tarea fácil, que requería de formación y que no era una fácil.
Lector de Microfilm, Biblioteca Nacional de México
Casi toda la década de los 80 todo gira alrededor del papel, lo más tecnológico era la máquina de escribir, la fotocopiadora y seguramente los más afortunados quizá fax, lector de microfilm y/o de microfichas y algún vídeo en formato Betamax. Progresivamente aparece en las bibliotecas algún PC con MS-DOS y su pantalla de color verde y algún emulador de terminal al que llamábamos “terminal tonto”. En las más afortunadas algún CD-ROM empieza a llegar además de alguna publicación en disquete de 5 ¼ pulgadas.
Las fuentes de información puro papel, índices bibliográficos como Index Medicus, Current Contents o Excerpta Médica que luego en su versión “digital” se convertirán en Medline, Web of Science etc. Las búsquedas bibliográficas muy complejas: hay que familiarizarse con los tesauros de estos índices, consultar lo mismo en diferentes números hasta que no llegue el índice acumulado y complementarlo con los índices de las propias publicaciones. Todas tareas muy manuales que requerían de una gran inversión en tiempo.
Si vamos al proceso de catalogación: fichas de cartulina que se deben repetir múltiples veces para cada una de las entradas de autor, de materias, de colección, etc., y en el control de recepción de revistas se usaban unas tarjetas llamadas Kardex. En esa época, probablemente el mejor aliado del bibliotecario fue un líquido corrector de color blanco llamado Tippex que permitía borrar los errores de escritura y teclado y re-escribir de nuevo.
Aunque alguna afortunada biblioteca disponía de un servicio llamado de Teledocumentación. Con un módem se accedía a ciertas bases de datos referenciales en Palo Alto, a las que previamente había que definir la estrategia de búsqueda y los comandos según la base de datos (a alguien seguro que le suena los términos Bluesheet y Dialog). Una vez conectados la tarifa empezaba a correr como un taxímetro por el coste de la llamada internacional y por el número de búsquedas y de resultados. No era fácil y sólo al alcance de grandes expertos.
Los 90
Fichero, Biblioteca Nacional de México
Tecnológicamente, los sistemas de gestión bibliotecaria mejoran y las bibliotecas van incorporando sus fondos retrospectivos. El efecto colateral es que durante un tiempo los usuarios combinan in situ la consulta tradicional en fichas con la consulta automatizada. Hay que reconocer que la búsqueda automatizada no era muy amigable: se usaban esos terminales “tontos” vía Telnet y familiarizarse con las instrucciones de consulta requería de un Máster ;-).
Se consolida el uso de los CD-ROM que envejecerán rápidamente ya que Internet se introduce progresivamente. Creo que fuimos de los primeros colectivos profesionales en ver la red con una gran oportunidad para crear contenidos, recopilar enlaces, difundir información, ofrecer servicios e interactuar con los usuarios.
Como colectivo, a mi parecer, lo más relevante es pasar de pensar en local (mi biblioteca) a pensar en conjunto (las bibliotecas de mi institución o red). Un cambio de “chip”: hay que renunciar en ciertas ocasiones en beneficio de la comunidad y consensuar políticas y acciones. Compartir información, experiencias, buenas prácticas, colaborar, etc., ha sido el denominador común.
Empezamos a entender qué es eso del “aprendizaje a lo largo de la vida” o “long life learning” y aprovechamos cualquier oportunidad para seguir formándonos bien sea por las asociaciones o colegios profesionales y sus programas formativos. Con la ventaja de que en general son impartidos por profesionales que trabajan en las “trincheras”.
Además, descubrimos nuevos conceptos como calidad, debatimos y elaboramos planes estratégicos y cartas de servicio y creamos/analizamos indicadores.
Siglo XXI
El proceso de adaptación vuelve a ser rápido (debe ser una de nuestras características innatas como profesionales), no sin dificultades, pero nos adaptamos, aprendemos a sacarle más partido a los recursos de la red y aprovechamos herramientas open source. A los pocos años del siglo XXI, aprendemos el concepto de “Beta permanente” que ofrecen los recursos 2.0 y de libre uso.
Hay restricciones, primero la crisis de las Puntocom y años más tarde la crisis económicas que a pesar de lo que digan los políticos todavía se arrastra, pero llegan nuevos retos: entramos en los entornos virtuales de aprendizaje ofertando nuestros recursos y servicios, nos convertimos en Community Managers en competencia con otras profesiones como el periodismo. Nos transformamos en Content Curators tarea que siempre habíamos realizado: la “Difusión Selectiva de la Información” pero con un nombre nuevo y aprovechando a fondo el potencial de la red, Además invertimos ingentes esfuerzos en la formación de usuarios (alfabetización informacional o ALFIN) y ampliamos horizontes especializandonos en usabilidad, accesibilidad, posicionamiento web, gestión del conocimiento, etc. La profesión ya no es lo que era 😉
Y el contexto no para de cambiar: en 2007 aparece el smartphone o teléfono inteligente. Pues eso, a llevar los contenidos y servicios a las pequeñas pantallas de los usuarios. Ahora toca aprender sobre desarrollo de APPs, sobre el diseño adaptativo o responsive y familiarizarnos a trabajar con utilidades como JQuery, Bootstrap, Phonegap, etc. Las bibliotecas ya arrastran un buen currículum tecnológico y no obviamos ni los códigos QR, ni la realidad aumentada.
Apostamos por el acceso abierto y damos visibilidad al conocimiento científico de nuestras instituciones y otros digitalizan, conservan y difunden fondos patrimoniales que preserven la memoria. Antes retroconvertíamos las fichas bibliográficas y ahora retroconvertimos (digitalizamos) contenidos.
Y seguimos con la “desintermediación”: los usuarios no sólo leen online la prensa, consultan bases de datos y se descargan artículos. Llegan los e-books y sus perversas plataformas con las que seguimos pagando la “novatada” (es muy difícil de entender que un libro digital para descargarlo en tu e-reader haya lista de espera como si fuera un libro físico).
Sobre la “desintermediación”, una asignatura pendiente o mal resuelta es que los usuarios piensan que todo lo que ofrecemos (especialmente en la versión digital) es libre o gratuito. Desconocen que la biblioteca lo suscribe gracias a unos presupuestos que han sido financiados gracias a los impuestos y/o las tasas de matrícula.
Con la “desintermediación”, muchos usuarios ya no visitan con tanta regularidad las bibliotecas, hay que reinventar el edificio y a partir de ahí, los espacios son cada vez más flexibles: facilitando áreas de coworking, de trabajo comunitario, de intercambio lingüístico-cultural, como vivero de empresas, etc. Además, nuevas prestaciones como los “makerspaces”. En resumen, un nuevo papel: Biblioteca igual a espacio de creatividad y/o incubadora de ideas, de proyectos. ¡Hemos salvado las paredes! 😉
Nos “incrustamos” en nuestro entorno: los bibliotecarios académicos empiezan a acompañar a los investigadores en todo el proceso de la investigación, también como soporte a la docencia y como editores de contenidos. Las bibliotecas públicas ejercen como centros culturales con exposiciones, debates, e infinidad de actividades y como “Oficinas de Información” en donde asesoran a la ciudadanía en multitud de aspectos y trámites. ¡Ah!, y de paso, aprenderemos a gestionar datos.
Esperamos (y deseamos) ahora que ya estamos familiarizados con el cloud que los sistemas de gestión bibliotecaria se pongan a nuestra altura. No es sólo un catálogo y un “discovery tool” para el usuario, también debe ser un nuevo modelo de gestión de lo físico y lo digital, un punto de interacción con el usuario, además de ser interoperable con otros sistemas de información como los repositorios, la gestión financiera y la de recursos humanos. Debemos asumir que la mayoría de los usuarios cuando requieren de información, no tienen como punto de partida el catálogo de la biblioteca o el “discovery”, parten de los motores de búsqueda. Siento decirlo, pero es más fácil recuperar información vía Google o Google Scholar que de los sistemas de gestión bibliotecaria de los que espero que se pongan a la altura de nuestros usuarios.
Y salimos de nuestros espacios tradicionales: sean físicos o virtuales para ir a los espacios donde “habitan” nuestros usuarios: préstamo y servicios a domicilio para personas com algún tipo de dificultad y volviendo al bibliotecario incrustado: su oficina se desplaza del edificio biblioteca, al laboratorio o departamento de quienes damos soporte volviéndonos itinerantes.
No negaré que la función tradicional de las bibliotecas a grandes trazos se mantiene sin cambios. Aparte de la infraestructura, dichas funciones se han basado en la colección, el acceso a esta y el soporte en el acceso y uso de la colección. pero en un nuevo modelo que ha implicado cambios en los modos de acceder y de consumir información.
Ya no son servicios formados por una colección de libros organizados de un modo más o menos coherente, nos hemos convertido en facilitadores de acceso. Un cambio de mentalidad: la propiedad pierde peso frente al acceso que, junto a las TIC y nuestro proceso de adaptación, juegan un rol cada vez más determinante. Sin obviar que en una economía globalizada y en una sociedad altamente competitiva hacen de la información y el conocimiento un bien estratégico.
Hemos aprendido a re‐utilizar y a ser expertos en lo nuestro gracias a que compartimos y nos formamos. Cambios que cada vez son más rápidos, eso sí, sabemos afrontarlos. Aunque debemos reflexionar sobre lo que hacemos, revisar nuestros procesos y probablemente dejar de hacer “cosas” que hemos hecho “toda la vida” para centrarnos en tareas que aporten valor a la organización y a nuestros usuarios.
Por lo que en mi modesta opinión, a los profesionales de la información nos queda mucho trayecto, cambiaremos culturalmente, organizativamente, quizás lleguemos a ser itinerantes. Pero la información crece y alguien debe de gestionarla y filtrarla. Respecto a lo que era la profesión en los años 80: a grandes líneas no hemos cambiado tanto. Las tareas son parecidas, lo que cambia es el modo de gestionar la información, los formatos y magnitudes de esta, las herramientas y medios que usamos y la forma en que interactuamos usuarios y bibliotecarios. Bien, quizás una pequeña diferencia: hace 30 años lo de la inmediatez no tan viable.
Bien, esta es mi modesta aportación al aniversario de este blog, cualquier comentario será bienvenido y nota para los lector@s más jóvenes: revisad en Wikipedia los conceptos, crisis Puntocom, Telnet, Tippex, Betamax MS-DOS, disquete, Teledocumentación, bluesheet, Dialog o Kardex entre otros . Comprobareis que sí que hemos cambiado.
Si la pregunta ¿cuál libro ha marcado tu vida? nos pone a muchos en jaque (especialmente, aunque por razones no precisamente de lector, a cierto presidente tristemente célebre por no hilar tres libros que marcaron su vida), la pregunta sobre el libro que representa a tu país es quizá más difícil de responder, pues en ella intervienen gustos personales que, al igual que las listas literarias tipo “Los X libros que no te debes perder“, siempre dejarán a muchos inconformes, yo incluida pues estas listas me resultan un tanto impositivas y además, ¿quién puede o no determinar lo que es lo mejor de lo mejor en materia de libros?
La disquisición anterior viene a colación porque me acabo de topar con Literature of the world, un mapa literario creado por Backforward24, usuario de Reddit, en el que un libro representa a cada uno de los países del mundo, sí, un solo libro para representar un país, ¡menuda tarea!
Como tantos otros listados en los que se pretende incluir lo mejor de lo mejor, estoy segura que este mapa dejará a muchos disgustados, como ya lo demuestran los hasta ahora más de 100 comentarios. Pero, acá entre nos, me gustó mucho la idea de representar al mundo de forma literaria.
Y comenzando con los acuerdos y desacuerdos personales: ¿qué libro representa a Estados Unidos? Matar a un ruiseñor de Harper Lee. Como no soy muy fan de este libro me hubiera gustado más ver En las montañas de la locura de Lovecraft, Ojos de fuego de King o El gato negro de Poe; sí, ya sé que el último es un cuento y que en realidad no muchos no se toman en serio el horror como parte de la literatura, pero ya les digo, no es sencillo dejar a todos conformes.
El libro que representa mejor a Latinoamérica
En lo personal, encuentro que México viene excelentemente representado, de hecho, cuando vi de qué iba el mapa, el libro que me vino inmediatamente a la mente fue Pedro Páramo de Rulfo. Y a pesar de que estoy segura que habrá quienes no estén muy de acuerdo, yo por lo pronto me alegro de esta elección en lugar de El laberinto de la soledad, pero bueno, ya sabemos que en realidad tampoco soy muy fan del Nobel mexicano.
¿Cuál es el libro que representa a Colombia? Desde luego, 100 años de Soledad de García Márquez; Argentina, Ficciones de Jorge Luis Borges; Chile, La casa de los espíritus; Uruguay, El futbol a sol y sombra de Galeano y a quien yo hubiera empatado con Andamios de Benedetti, desde luego un gusto muy, muy personal, porque seguramente hay quien diga que La tregua representa mejor a este autor y al país, en resumen, me gusta que esté Galeano tanto como me hubiera gustado encontrar a Benedetti.
Por cierto, que si les cuesta trabajo ver las portadas para cada país, en este link está la lista entera de títulos y si quieren ver el mapa en la resolución completa, lo pueden hacer en este otro link.
En fin, que este mapa literario me deja pensando, ¿cuál sería el libro infantil que mejor representa a cada país?
Y a ustedes, ¿les gustó el libro que representa a su país? y si no ¿cuál pondrían?
Del lat. bibliothēca, y este del gr. βιβλιοθήκη bibliothḗkē.
1. f. Institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos.
2. f. Lugar donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura.
3. f. Mueble, estantería, etc., donde se colocan libros.
4. f. Conjunto de libros de una biblioteca.
5. f. Obra en que se da cuenta de los escritores de una nación o de un ramo del saber y de las obras que han escrito. La biblioteca de don Nicolás Antonio.
6. f. Colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí, ya por las materias de que tratan, ya por la época y nación o autores a que pertenecen. Biblioteca de Jurisprudencia y Legislación. Biblioteca de Escritores Clásicos Españoles.
De acuerdo la primera acepción de la Encyclopedia of the Book (Ashall Glaister, 1996) la biblioteca es (la traducción es mía):
1. una colección de libros para préstamo, lectura o estudio y, por extensión, la sala o edificio público o privado en donde se encuentran resguardados.
El Diccionario de nuevas formas de lectura y escritura (Martos Núñez et al., 2013), dice que la biblioteca es:
… una entidad o institución cuya principal función es mantener y facilitar el uso de una colección ordenada y organizada de documentos para atender las necesidades de información, educación, investigación y ocio de los usuarios.
Según se relacione el término con el continente o con el contenido, biblioteca puede referirse a la institución, al propio edificio o sala donde se ubican las colecciones de libros y otras especies documentales, o a la propia colección bibliográfica.
Por último, el Glosario de la ALA de Bibliotecología y Ciencias de la Información (Young, 1988) nos que la biblioteca es:
1. Colección de material de información organizada para que pueda acceder a ella un grupo de usuarios. Tiene personal encargado de los servicios y programas relacionados con las necesidades de información de los lectores.
A mi gusto, todas las anteriores quedan ya un poco rebasadas. Resulta curioso, sin embargo, que tengamos que retroceder en el tiempo para encontrar acepciones más amplias para la biblioteca. En Libro: una autobiografía (Agard, 2016) acabo de encontrar algunas frases que nos dan cuenta de cómo era percibida la biblioteca en la antigüedad. Definiciones que bien podrían servirnos como nombres alternativos para biblioteca, ya que muestran que va más allá de lo que nos dice la RAE, la ALA y otros, incluidos algunos bibliotecarios:
Sumerios: la casa de la memoria
Egipcios: el lugar sanador del alma
Tibetanos: un océano de gemas
Griegos: botiquín para el alma
En Tz’utujil, K’ojb’aal wuuj biblioteca es lugar del libro. En Tzeltal, Snail Jun y en Tzotzil, Snail Vun, que en ambos casos puede traducirse también como “casa de libro”. Las tres anteriores son, por cierto, lenguas mayas de Guatemala, en el primer caso, y de Chiapas, para los dos últimos.
El bibliotecario, por cierto, antiguamente era conocido como “guardián de las tablillas” porque las bibliotecas eran conocidas como casa de las tablillas.
Ya está, les dejo la propuesta por si les interesa comenzar a llamar así a sus bibliotecas.
Libro: una autobiografía de John Agard con ilustraciones de Neil Packer, es uno de esos libros que, como pocos, me han dejado con sentimientos tan encontrados. Como el título lo indica es la historia del libro contada por él mismo, desde las tabletas de arcilla, pasando por los manuscritos medievales y los primeros libros impresos, hasta llegar al libro electrónico.
Publicado en español en la sección Divulgación de Loqueleo de Santillana, este libro desborda información de forma clara y concisa y, resulta interesante como en tan pocas páginas habla de casi todos los estadios por los que ha pasado el libro en su haber –lo cual lo hace especialmente atractivos para niños y jóvenes, al que está dirigido precisamente, aunque no por ello dejará de ser interesante para otros lectores–, algo que a otros libros de la misma temática les toma el doble, triple o incluso más páginas.
Las ilustraciones son minimalistas y tampoco faltan citas sobre el libro y la lectura, además de proporcionarnos datos que a cualquier lector sorprenden: de dónde surge la palabra book, cómo surgieron las contraportadas, la importancia del libro de bolsillo, son sólo algunos ejemplos.
En esta evolución del libro contada por él mismo no puede faltar el libro de bolsillo, tan poco estudiado y/o mencionado en otros libros similares y cuya importancia en el acceso de más personas a la lectura en el siglo XX resulta innegable.
Hay, sin embargo, un gran ausente en Libro: una autobiografía: el audiolibro. Resulta curioso porque a la par de este libro he estado leyendo también The untold story of the talking book (Rubery, 2016), que nos habla de la evolución de un formato muy particular del libro y al que le ha costado y le está costando mucho ganarse un lugar en la familia del libro, a pesar de la gran aceptación y cada vez mayor número de lectores. No deja de ser curioso pues que un libro que hable de la historia del libro, no cuente entre sus principales formatos al audiolibro.
Aunque pudiera pensarse que este libro habla exclusivamente de él mismo como objeto, nada está más lejos de la realidad; habla de la evolución no sólo física, sí, pero también habla de la evolución cultural y del impacto que este objeto ha tenido en la historia del ser humano. Es una lectura sobre evolución del libro, a la vez que sobre evolución del ser humano gracias al libro.
Y es por ello quizá que esta autobiografía me deja con sentimientos tan encontrados, lo iba disfrutando mucho hasta el capítulo final donde toca el turno al libro electrónico. Aunque no niega al libro electrónico como parte de su evolución y le da su lugar en la gran familia (cosa que no hace con el audiolibro), lo hace desde un pedestal, es decir, cuando habla de las tabletas de arcilla, de los manuscritos, de los papiros o los pergaminos, lo hace con nostalgia, con amor, habla con respeto de sus antepasados; mientras que con el libro electrónico, habla de forma condescendiente, aceptándolo, pero no respetándolo, no entendiéndolo, en cierta forma, desacreditándolo y acudiendo a lugares comunes:
El otro día me tocó estar en una mesa junto a un joven libro electrónico. Fue uno de esos encuentros inesperados, ya saben cómo son los jóvenes. Ahí estaba él dando de saltos, desplazando sus textos hacia arriba y hacia abajo por la pantalla parpadeante, presumiendo su hipertexto.
Así que le dije: «Más vale que no te pongas demasiado ‘híper’, o se te bajará la pila y te apagarás. ¿No crees?»
Es como decir, está bien, formas parte de la familia, pero no eres mejor, al menos así de absurdo me resultó este capítulo. Independientemente de la visión que en lo personal tengo sobre el libro electrónico y de la que he hablado ampliamente tanto en este blog como en Leer en Pantalla, considero que que aborda así el tema queda sesgado.
Ya les digo, iba disfrutándolo, emocionándome y se me cayó con este cierre. A pesar de ello, Libro: una autobiografía es una lectura amena, interesante y, desde luego, no por ser libro dice la verdad, así que el lector interesado en el tema seguramente indagará en otras lecturas que amplíen esta.
Ficha:
Autor: John Agard Título: Libro: una autobiografía Ilustración: Neil Packer Traducción: Diana Luz Sánchez Pie de imprenta: México : Santillana : Loqueleo, 2016.
El Gobierno del Estado de Puebla lanzó hace unos días Palafoxianapp, aplicación móvil de la Biblioteca Palafoxiana.
Fundada en la Ciudad de Puebla por el obispo Juan de Palafox y Mendoza en 1646, la Biblioteca Palafoxiana es la primer biblioteca pública del continente, resguarda un acervo bibliográfico de más de 45 mil obras que datan del siglo XV al XX, entre los que destacan la colección completa de la Biblia Regia impresa en Amberes entre 1569 y 1573. La Biblioteca Palafoxiana es pues un recinto de importante valor histórico, bibliográfico y bibliotecológico no sólo para México sino para toda América Latina.
Volviendo a Palafoxianapp, es una aplicación disponible de momento para dispositivos con sistema Android cuyo proyecto estuvo a cargo del Consejo de Ciencia y Tecnología de Puebla (Concytep) y que permite al usuario conocer la historia de la biblioteca y la explicación sobre el recinto, además de que el usuario puede consultar la versión digitalizada de algunos de sus libros como es el caso de los 9 libros de la historia de Herodoto de 1473 y las crónicas de Núremberg de 1493, también se podrán consultar “…algunas páginas de las 8 joyas bibliográficas de la biblioteca como la capilla del Rosario, la octava maravilla del mundo, impresa una de las imprentas de Ámsterdam” (Periódico Central).
En lo personal encuentro algunos bugs y cosas que se pueden mejorar en actualizaciones futuras, así que esperemos no la dejen abandonada y la piensen como acabada. A grandes rasgos, la navegación no resulta sencilla; no hay botón de regreso en la consulta de los libros, así que si quieres regresar al home, tendrás que salir de la aplicación y volver a hacer todo el recorrido. En algunas secciones salta al home. No tiene imágenes, así que el usuario no podrá conocer el recinto. Las pestañas de ayuda no desaparecen, lo que dificulta la lectura y, por cierto, tratándose de una app debería permitir una lectura amigable y no sucede. También se presenta como una app interactiva y la interacción va más allá de dar click en el índice y navegar. Por último, mencionar que hoy en día las aplicaciones no pueden desarrollarse sólo para un sistema, así que también espero estén trabajando en la versión para iOS.
Se dice que un escritor escribe para que lo lean, así como un pintor pinta para que la gente vea su obra o un músico compone y/o toca para que la gente lo escuche, al menos eso supongo. Pero no todo en esta vida es la fama, menos en el caso de los artistas que, como bien sabemos, generalmente vienen llenos de excentricidad así que la fama quizá es lo que menos les interese.
En el camino han existido y seguirán existiendo escritores y escritoras que, a pesar de que quieren poner su obra en las manos de los lectores, no quieren cargar con el peso de la autoría y por ello deciden que su obra vaya con un seudónimo. ¿Cuáles serían los motivos para no cargar con la autoría de un libro? modestia, persecución política, temor al rechazo, rechazo a la fama, timidez, sexismo o discriminación por raza… en fin, las razones son tantas y tan variadas como los y las autores mismos. En la infografía Whodunit: a history of noms de plume publicada en Printerinks, a la que llego gracias a Bookbaby Blog y donde se presentan precisamente algunos casos de los seudónimos de los escritores más notables entre el periodo de 1719 y 2004.
Desde luego que en esta infografía no puede faltar Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll autor de Alicia en el país de las Maravillas y Alicia a través del espejo, dos de los clásicos literarios más importantes en todo el mundo, la razón: quería mantener su vida privada.
También encontramos a Stan Lee, cuyo nombre completo es Stanley Martin Lieber, quien ha hecho famosos a muchos superhéroes bajo el sello de Marvel, entre ellos a Spiderman (1962). Stan Lee esperaba publicar obras literarias “más serias” después de graduarse y quería guardar la buena reputación de su nombre para ese momento, ni él mismo se imaginaba lo que lograría bajo su seudónimo.
Otros nombres en esta infografía son las hermanas Brönte, que publicaron sus Poemas (1846) como Currer, Ellis y Acton Bell para evitar el sexismo. Mark Twain publicó The adventures of Huckleberry Finn (1884) como Samuel Langhorne Clemens y George Orwell publico Rebelión en la granja (1945) como Eric Arthur Blair.
Dado el periodo que cubre esta infografía quedan fuera dos casos destacados que vale la pena rescatar en este blog:
El primero es el de J.K. Rowling quien, después de dar carpetazo final a la saga de Harry Potter (lo de final es un decir, porque cada cierto tiempo vuelve al mundo del aprendiz de mago) estuvo tentada a publicar Casual Vacancy su primer novela para adultos con un seudónimo y aunque finalmente dicha novela vio la luz con la marca Rowling, la autora no se quedó con las ganas y decidió publicar The Cuckoo’s calling (2014) y The silkworm (2015) bajo el nombre de Robert Galbraith para así no generar expectativa y peder recibir críticas literarias honestas que no estuvieran prejuiciadas por el éxito de Harry Potter. Como dato curioso, cuando Rowling envió su primer manuscrito de Harry Potter lo firmó como Joanne Rowling y, en aquel entonces el editor le preguntó si podían utilizar sus iniciales en lugar del nombre completo pues a los niños no les gustaba leer libros escritos por mujeres.
Joe Hill el autor de la famosa Cuernos que ya ha sido llevada al cine y de quien se dice que ha renovado los géneros de novela de terror, fantasía oscura y ciencia ficción es, nada más y nada menos, que hijo del prolífico y doblemente famoso Stephen King. El nombre real de Hill es Joseph Hillstrom King y, como es de suponer, lo de Joe Hill vino para que el nombre de su padre no le hiciera sombra y la aceptación de su obra estuviera basada en sus propios méritos y no por llevar el apellido King a cuestas. A estas alturas es imposible saber si publicar con su verdadero nombre le habría ahorrado parte del camino y le hubiera ayudado a conseguir más fama; sin embargo, lo que ha hecho como Joe Hill le ha valido reconocimientos literarios en los géneros de fantasía y ficción, además de una primera adaptación fílmica de su obra.
¿Crees que eres especial porque hueles los libros apenas adquiridos, porque tienes un montón de libros apilados en tu mesa de dormir, porque lees en el baño o porque lees varios libros al mismo tiempo? Aquí va un post sobre lectores excéntricos, que quizá te demuestre que estás muy lejos de serlo.
Se dice que Maquiavelo vestía sus mejores atuendos para leer a sus autores favoritos, algo así como vestir de fiesta para leer, imaginen todos aquellos lectores y lectoras que no conciben irse a la cama sin antes leer un libro, vestir de gala para leer-dormir. Montaigne, al contrario de Maquiavelo, consideraba a la lectura como un ejercicio extenuante que ataba y entristecía al cuerpo mientras ponía a trabajar la mente, razón por la cual acostumbraba a leer caminando, una costumbre que no ha perdido peso a lo largo de los siglos, si no me creen, miren:
Lo que sí veo un poco más complicado es leer mientras montas a caballo, pero se dice que varios humanistas del renacimiento lo hacían durante sus largos trayectos, y es que en algo había que ocupar el tiempo en estos largos recorridos, aunque quizá la lectura no fuera la actividad más sencilla mientras dabas brincos en tu caballo a todo galope; así que ni te quejes por el infierno en que los comerciantes ambulantes han convertido al metro y que aunado a los tumultos ya hacen casi imposible la lectura en este espacio, que a mi gusto es de los preferidos por mucha gente para esta actividad.
Entre otros lectores excéntricos, encontramos en el siglo XVI a un antiguo senador de Venecia a quien no le alcanzó el agradecimiento al impresor y editor Aldus Manutius por proporcionarle una publicación pequeña escrita en itálicas que le permitió leer a Lucian entre las sesiones del consejo ciudadano, en ese entonces era impensable cargar con tus libros para todos lados; así que el el octavo de folios (153mm X 228mm) ideado por Manutius permitió no sólo a dicho senador, sino también a todos los caballeros italianos y del resto de Europa transportar en sus bolsillos los libros, por cierto que este octavo de folios es el antecedente directo del libro del bolsillo tan popular en la actualidad.
Pero además de excéntricos, están también los lectores amorosos (y no me refiero a los de Sabines o quizá si) quienes no tenían ningún empacho en demostrar su afecto por las letras de ciertos autores, entre estos lectores apasionados encontramos a Petrarca de quien se dice que antes de abrir su copia de Virgilio la besaba devotamente, y no es para menos porque en la era pre Gutenberg la copia de un manuscrito sólo veía la luz después de una cuidadosa revisión, así que contar con una copia de cualquier manuscrito resultaba una verdadera y costosa hazaña; otro que también demostraba a besos su amor hacia los libros era Erasmo de Roterdam, pero en este caso el objeto de su afecto era la obra de Cicerón, libro que además sólo leía al finalizar su día de trabajo, trabajo que suponemos era bastante arduo si tomamos en cuenta que lo suyo era el humanismo, la filosofía, la filología y la teología.
Así que ya sabes, si quieres sentirte un lector especial, qué mejor que aprender a montar a caballo para que, mientras lo haces, leas, y si con esto no basta, entonces puedes hacerlo vistiendo un frac si eres hombre, o un vestido de coctel y unos bellos tacones, si eres mujer.
Fuente:
Martin, Henri-Jean. The history and power of writing. Chicago : The University of Chicago Press, 1994.