Las bibliotecas son más que libros es algo que se viene diciendo mucho últimamente; a pesar de ello, en ocasiones me da la impresión que no lo tenemos realmente claro cuando abanderamos esta frase. Allá afuera hay, sin embargo, varios ejemplos de las otras formas en las que las bibliotecas son más que libros al estar involucradas con sus comunidades y al ir más allá de un simple espacio que alberga libros.
Uno de ellos y mi favorito es el trabajo que está haciendo la Biblioteca Vasconcelos para ofrecer a sus usuarios un espacio para estar: talleres, bibliotecas humanas, sala de lengua de señas, apoyo a usuarios para obtener su acta de nacimiento, además de las formas de uso “alternas” por parte de los usuarios; entre otras muchas otras actividades y servicios que si las mencionara aquí no terminaría.
Hay también otro caso muy interesante que he estado siguiendo en la cuenta del querido Nuno Marçal, bibliomovilero de la Biblioteca Proença Nova, en Portugal, donde están utilizando el servicio de bibliomovil para llevar, además de libros, servicios médicos de prevención a las comunidades que visitan.
¿A qué nos referimos realmente cuando decimos que las bibliotecas son más que libros? En caso de que aún no lo tengamos claro con los ejemplos que menciono arriba, les comparto How librarians are helping to combat America’s Opioid Crisis una nota por demás interesante publicada en el blog de Overdrive sobre el trabajo de las bibliotecas y sus biblitotecarios como respuesta al creciente consumo de opiáceos y otro tipo de drogas en Estados Unidos.
De acuerdo con el artículo, la gente que murió de sobredosis en 2015 es 10 veces mayor que la registrada en 1971; de las 33,000 muertes por sobredosis de opiáceos registradas en 2015, la mitad fueron resultado del uso de heroína y mezcla de heroína-fentanyl.
Y bien, ¿qué tiene esto que ver con con los bibliotecarios y con que las bibliotecas son más que libros?
En áreas de Estados Unidos, como Pensylvania, donde se ha incrementado significativamente el uso de opiáceos, los bibliotecarios están recibiendo entrenamiento para administrar Naloxona, una droga que ayuda a revertir la sobredosis por opiaceos y que es conocida comercialmente como Narcan, a personas con sobredosis que deambulen en los terrenos de la biblioteca. Lo más interesante es que los bibliotecarios ha administrado en tantas ocasiones el Narcan en spray que ya son capaces de reconocer a qué tipo de sobredosis por opiáceo se enfrentan.
Desde luego, este tipo de situaciones presenta muchas interrogantes y aristas: habrá quienes digan que no es responsabilidad de los bibliotecarios enfrentarse a usuarios con sobredosis, pero ¿dónde queda aquello de que la biblioteca está al servicio de su comunidad? Todos los días recibimos todo tipo de usuarios, debemos estar preparados para detectar el problema y también estar preparados para cualquier eventualidad, en este caso la muerte por sobredosis de un usuario en la biblioteca.
No todos los bibliotecarios deben saber administrar Narcan, pero en las bibliotecas que están recibiendo un número creciente de usuarios con una potencial crisis por sobredosis, los bibliotecarios deben estar preparados para enfrentar la situación y no para negar el acceso. Mientras que algunos bibliotecarios en zonas que registran este problema se enfocan en la prevención, por ejemplo, limitando el tiempo del uso del sanitario para evitar que los usuarios lo utilicen para drogarse; otros bibliotecarios, por su parte, se enfocan en la respuesta ante la crisis: “¿quién se queda acompañando a la víctima, quién llama al 911? ¿quién desaloja a los niños de la sala? ¿o quién espera a la ambulancia?” Y sí, como ya vimos, también hay bibliotecarios que están capacitándose para administrar Narcan.
Otros bibliotecarios y voluntarios de bibliotecas en Denver y San Francisco también se están capacitando en la administración de Narcan. No hay opción, aprenden a administrar el antídoto o corren el riesgo de que el usuario muera mientras esperan la llegada de la ambulancia.
Algunos dirán que lo mejor que puede hacer el bibliotecario es negar el acceso a estos usuarios; esto además de ir en contra de los preceptos del Manifiesto de la UNESCO sobre la biblioteca pública, no garantiza que afuera de la biblioteca no se presente este problema, al final de cuentas el bibliotecario tendrá que dar una respuesta para controlar la crisis. Por cierto, que el problema no se limita simplemente al derecho al acceso, las Bibliotecas en Washington han tenido que cerrar varios días el servicio debido a que las agujas utilizadas para drogarse taparon las cañerías, pero las agujas tiradas en los patios o los baños de las bibliotecas constituyen también un peligro para otros usuarios, especialmente los niños.
Y sí, las bibliotecas son más que libros
Como ven, es un problema muy complejo en el que los bibiotecarios no se están cuestionando si permitir o no el acceso a la biblioteca a esos usuarios (acá conozco casos de usuarios y también de algunos bibliotecarios que cuestionan duramente a las bibliotecas públicas por permitir la entrada de indigentes solo porque huelen feo, no es broma, los he escuchado 🙄), están detectando el problema, están haciendo labor de prevención y por último, se están preparando para responder a una posible crisis.
Hace algunos meses les hablaba de la labor social del bibliotecólogo, este es un gran ejemplo de labor social, quizá no el que más nos guste, pero sin duda es una manera de mostrar que el bibliotecólogo tiene un papel social importante y que, desde luego, las bibliotecas son más que libros.
* Imagen cortesía de Nuno Marçal y O Papalagui.