Mientras pienso en el post que me gustaría escribir atiendo a unos escolares (7 y 8 años) que, de sorpresa y a pesar del sirimiri, han venido de visita a la biblioteca. En mi pueblo llamamos sirimiri a una lluvia fina, tan fina que parece que no moja pero empapa. Sé que van a preguntar qué es y para qué sirve la biblioteca (¡ay, si lo supiera!) y decido adelantarme y soy yo quien les pregunta. Y, mientras desgranan bien aleccionados lo del silencio, el estudio, el saber y el amor al libro pienso en lo de Starbucks y en las personas que me hacen meditar sobre ello…como Uvejota.
Las palabras de Jorge Tlatelpa para definir a Uvejota podrían ser empleadas para hablar sobre muchos de los que, estoy seguro, van a asomarse por ambos lados de esta ventana: bibliotecarios no muy ortodoxos e inquietos; personas que no hubiésemos conocido en un mundo anterior, exclusivamente analógico y más rígido, pero que gracias a la tecnología y a su actitud se presentan cotidianamente frente a nuestras pantallas para hacernos reflexionar, para construir y promover iniciativas diferentes que nos ayudan a avanzar como profesionales en el nuevo ecosistema de la sociedad de la información. Los “bibliotecarios uvejota” son ese chaparrón que nos empapa de nuevas ideas en este todo fluye nada permanece de la sociedad de la información y nos animan a mejorar nuestras bibliotecas.
La visita empieza junto al cartel “El silencio es un servicio que esta biblioteca ofrece pero no garantiza”, supongo que consecuencia de lo de los Starbucks. Extrañados por el texto les comento que en estricto silencio no podría enterarme de lo que les gusta leer, que tampoco podría responder a sus preguntas si buscan información y que a las bibliotecas nos interesa saber lo que los usuarios necesitan para poder ofrecerlo. Bromeamos sobre lo torpes que son los padres y los abuelos con los nuevos cacharros y cómo la biblioteca les ayuda a usarlos. Cuando al aproximarse a la zona de novedades ven la estantería sin libros, llena de telarañas (de algodón) y de arañas (de cartón) se extrañan y sonrien. “Ya sabéis, los recortes de la crisis”, apunto. Y, al igual que a sus padres, les explico que la municipalidad tiene un presupuesto que debe gestionar en función de las necesidades de la sociedad. Últimamente es una conversación recurrente en el mostrador de préstamo que nos hace reflexionar junto a los usuarios sobre el valor de las cosas y la posibilidad /necesidad que la ciudadania tiene de incidir en las decisiones; estoy seguro de que los niños lo comentarán en casa y hablarán sobre ello.
Finaliza la visita, no he conseguido escribir el post y sigo sin saber qué es una biblioteca y para que sirve. Aunque, bien mirado, tal vez por mediación de este bibliotecario de pueblo el chaparrón de los uvejota esté empapando de nuevos valores al futuro abogado, sociólogo, economista, médico, historiador, ingeniero, periodista o cualquier otro profesional que acabe decidiendo lo que es bueno y es malo y la biblioteca sirva, finalmente, para transformar nuestras vidas…aunque sea poco a poco y a través del sirimiri.
PD. Estimada Uvejota, muchas felicidades. Lo bueno necesita codearse con la mediocridad para acercarse a la excelencia; creo que si aceptas estas líneas tus otros invitados, aunque no lo necesiten, brillarán más. ¿Damos válidas estas líneas como post?.
Estimado Enzo, búscanos en el sirimiri que impregna los movimientos sociales, detrás de los primeros espadas mediáticos y, si tampoco allí nos ves, entonces sí, “Houston tenemos un problema” 😉
Pero es que yo quiero tormentas, con truenos, relámpagos e inundaciones. ¿Será porque no soy de pueblo y no tengo paciencia? 😉