La semana pasada, en la sección Bibliotecnología del programa de radio El sonido de las páginas, Araceli Sánchez y yo platicábamos sobre la privacidad y la seguridad de los usuarios en las bibliotecas, como lo comentábamos, aunque nadie niegue que las tecnologías nos abren todo un abanico de posibilidades no sólo para administrar la información, sino también para permitir a nuestros usuarios el acceso a la misma, a veces perdemos de vista o, en el peor de los casos, no conocemos las implicaciones del uso de todas estas herramientas.
Bases de datos, plataformas de lectura, OPACs, aplicaciones móviles, redes sociales, listas de correo, navegación en internet y demás desarrollos habidos y por haber, llegaron para hacer más sencillo el tránsito del usuario y del bibliotecario por la mar de información que tiene a su disposición; sin embargo, es muy probable que estemos pagando un precio muy alto por el uso de estas herramientas: vulnerar la privacidad y seguridad de nuestros usuarios, por ejemplo, las empresas que ofrecen libros electrónicos, no conformes con no vendernos realmente esos libros, nos ofrecen plataformas cerradas que recopilan datos de nuestros usuarios: qué está leyendo, en qué página deja de leer, qué comenta, qué subraya, su nombre y dirección y un amplio etcétera que nos asustaría con sólo detenernos a analizarlo con calma.
¿Qué datos estamos regalando a todas estas empresas?, ¿somos conscientes de la información que pueden obtener? y, lo que es más importante, ¿qué uso están haciendo de estos datos?, ¿es justificable dejar en manos de las empresas los datos de nuestros usuarios en aras de permitir el acceso la información?, ¿es posible que toda esta información llegue a terceros, digamos por ejemplo, a instancias gubernamentales?
Sin ir más lejos, a la mente me viene el caso en octubre pasado en el que Adobe estaba recogiendo información de los usuarios sin su conocimiento, entre los principales daros recolectados estaban los libros que se estaban leyendo, las páginas leídas y en qué orden, los datos del libro, los datos de las computadoras donde eran leídos, los metadatos de los libros que se encontraban en el disco duro de las computadoras aún cuando estos no formaban parte de DE4. Recordemos que la gran mayoría de plataformas de libros electrónicos utilizados por las bibliotecas utilizan Adobe Digital Editions, así que la ALA tomó cartas en el asunto y exigió a Adobe la corrección del bug; Adobe, por su parte afirmó que era un error en el código de la entonces reciente actualización de su app para escritorio (DE4, Digital Editions versión 4) y pronto corrigió dicho bug. Lo más extraño quizá es que en ese entonces ninguna otra asociación bibliotecaria se pronunciara al respecto, al menos yo no tengo conocimiento de ello.
Un caso más reciente es el de la Kilton Public Library en New Hampshire que implementó un sistema llamado Tor Relay que, a grandes rasgos y saltándonos los tecnicismos, permite enmascarar la ubicación y evita que se rastreen los datos de navegación de sus usuarios. Hasta aquí todo bien, sin embargo, una vez que se enteró el Department of Homeland Security, contactó a las autoridades bibliotecarias para pedirles que removieran el Tor Relay pues esta herramienta podía ser utilizada para ocultar actividades criminales, por ejemplo, la pornografía infantil. En aquel momento la Kilton Public Library quitó el Tor Relay; sin embargo, a los pocos días fue la propia comunidad a la que pertenece la biblioteca quien solicitó la reinstalación de esta herramienta. Actualmente el caso sigue sin resolverse, pero dado que el uso de Tor no es ilegal en Estados Unidos, cualquier biblioteca puede utilizarlo para proteger la privacidad de sus usuarios y aunque es muy cierto que grupos criminales podrían utilizarlo en su favor, eso no debe detener a las bibliotecas para defender los derechos de privacidad y seguridad de sus usuarios.
¿Qué hacer pues para asegurar la privacidad y seguridad de nuestros usuarios?
La IFLA aprobó el 14 de agosto pasado su Declaración sobre la privacidad en el entorno bibliotecario cuya elaboración estuvo supervisada por el Comité de Libre Acceso a la Información y Libertad de Expresión (FAIFE, por sus siglas en inglés) y busca servir de referencia a las bibliotecas y otros servicios de información para que protejan la privacidad de sus usuarios y eviten que distintas plataformas utilizadas en el entorno bibliotecario, recojan datos de sus usuarios con fines comerciales o, incluso, con fines de vigilancia gubernamental.
Al final de la declaración la IFLA presenta 8 recomendaciones para proteger la privacidad y la seguridad de los usuarios que, palabras más palabras menos, dicen lo siguiente:
- Los servicios bibliotecarios deben respetar y favorecer la privacidad.
- Los servicios bibliotecarios deben sumarse a los distintos esfuerzos en esta materia, así como fomentar la reflexión de los profesionales bibliotecarios.
- Rechazar la vigilancia electrónica o cualquier tipo de monitorización o recopilación ilegítima de los datos de sus usuarios.
- Aunque las bibliotecas no pueden frenar a los gobiernos, deben asegurarse que, en caso de existir la recopilación de datos, ésta debe realizarse con base en principios legítimos. Para saber qué se entendería como “recopilación legítima” se puede tomar como base los Principios Internacionales sobre la Aplicación Práctica de los Derechos Humanos en la Vigilancia de las Comunicaciones.
- En caso de que las bibliotecas ofrezcan servicios que puedan comprometer la privacidad y seguridad de sus usuarios, deben darlo a conocer y también proporcionar orientación sobre la protección de datos y privacidad.
- Los servicios bibliotecarios deben asegurarse que los usuarios tomen decisiones relacionadas con su seguridad y privacidad, además que conozcan que pueden tomar acciones legales y sopesar los riesgos y beneficios de dichas herramientas.
- La seguridad y la privacidad deben formar parte de la alfabetización informacional de los usuarios.
- En la formación de los profesionales deben incluirse estos temas.
Como pueden ver, este es un tema delicado y en el que debemos tomar conciencia porque a veces da la impresión de que somos los mismos bibliotecarios quienes no sabemos cómo proteger nuestros propios datos, entonces ¿cómo vamos a proteger los de nuestros usuarios? Y si bien es cierto que el manifiesto de la IFLA no es la panacea en materia de seguridad y privacidad, sí es un buen referente para que los responsables de las bibliotecas comencemos a tomar conciencia de la importancia de los datos que manejamos y cómo protegerlos.
Leer el manifiesto.