Hace unos días tuve la oportunidad de compartir espacio con Juana Hernández, Coordinadora del Proyecto del Centro de Negocio en la Biblioteca Comunitaria Rija’tzuul Na’ooj (“Semilla de la Sabiduría” en Tz’utujil, lengua maya), una mujer admirable y a quien tenemos mucho que aprender tanto en materia bibliotecaria, como líder comunitaria y, desde luego, como ser humano comprometida con su entorno.
En fin, lo anterior viene a colación porque no pude dejar pasar la oportunidad de preguntar a Juana cómo se dice libro y biblioteca en lengua Tz’utujil, para muchos de ustedes no es ninguna novedad que me fascina todo lo que esté relacionado con el lenguaje y, más específicamente, con el lenguaje del libro.
Pues nada, he aquí la respuesta, que sirva además de muy buena excusa para celebrar el Día Nacional del Libro en México (12 de noviembre):
Libro: Wuuj
Biblioteca: K’ojb’aal wuuj (lugar del libro).
Por cierto, hace tiempo, publiqué acá un post similar, pero en lengua Tzotzil y Tzeltal, por si quieren recordarlo.
Ya está, hemos aprendido dos hermosas palabras en lengua Tz’utujil y ahora, vámonos a celebrar este día con un buen libro (lo que para cada quien sea un buen libro), o mejor, leyéndole a alguien un libro.
Nota: Mil gracias, Juana, por compartirme algo tan valioso.
Querido lector, lectora, ruego no se confunda ya que esta entrega del glosario bibliotecológico nada tiene que ver con libros de autoayuda sobre desórdenes alimenticios o con la grandeza de la lectura, y aunque sí tiene que ver con lectura, no tiene que ver con lectura en el sentido que generalmente se maneja en este blog, es decir, sí, pero no, pero sí.
En fin, para evitar más desvaríos y digresiones les explico, este post tiene que ver con el bonito y apasionante arte de la tipografía y al hablar de la letra, por ende, debiera tener mucho que ver con nuestro quehacer bibliotecario, digo, al menos para tener tema de conversación, ¡je!
Comencemos:
Resulta pues que en la vieja tradición tipográfica –mucho antes del siglo XX y de la llegada de las computadoras con sus trucos para utilizar distintas fuentes e incluso cambiar los tamaños de las mismas–, cada uno e estos tamaños recibía un nombre relacionado con el uso que se les daba en diferentes texto, por ejemplo, el tamaño óptimo para un diario, tenía un nombre específico que era muy distinto del utilizado para un folletín. Así, durante siglos los tipógrafos hablaban de nomparela, miñona, filosofía, breviaro, atanasia, burguesa, misal y un amplio y poético etcétera.
Y es así que llegamos a la Lectura Gorda y a la Lectura Chica que, como podrá imaginar eran los nombres de los tamaños utilizados para leer libros. Pero el origen de estos cuerpos resulta harto interesantes: en 1476 (¡cuando la imprenta se encontraba en pañales!) las Epistolæ ad familiares de Cicerón fue impresa en Subiaco (pueblo de Roma) por dos alemanes Sweynheym y Pannartz utilizando estos tamaños, equivalentes a los cuerpos 11 y 12 actuales. Si bien es cierto que 11 y 12 puntos para la época eran tamaños muy difíciles de tallar por lo pequeño, lo cierto es que resultaban legibles y permitían además un mayor rendimiento (más texto en menos páginas), por lo cual pronto encontraron sus fervientes partidarios y, con el paso del tiempo la Lectura Chica y la Lectura Gorda se afianzaron como los tamaños destinados a la lectura de libros, antes dominada por “letrotas.” Por cierto, que la Lectura Gorda también era conocida como Cícero o simplemente Lectura.
Una de las grandes pérdidas de la tipografía, en cierta medida debido a la llegada de las computadoras, fue que estos nombres tan poéticos que designaban a los distintos tamaños comenzaron a identificarse con medidas, conocidas como puntos o “cuerpo”: cuerpo 11, cuerpo 12, etc. Aunque, en honor a la verdad, las computadoras no son las totales responsables de este cambio de nombre. Al menos durante dos siglos los impresores intentaron llegar a un estándar en los tamaños, que aunque tenían sus nombres poéticos y reconocidos por todos, no siempre coincidían, lo cual resultaba todo un problema si se importaban tipos de un país a otro.
Fue hasta principios del siglo XIX que el impresor francés Firmin Didot se dio a la tarea de estandarizar los diferentes tipos móviles utilizados en Europa. De hecho, a Didot se le conoce como el creador de las familias tipográficas modernas, pero también es reconocido por dar su nombre a dos medidas ampliamente utilizadas en la actualidad: el punto Didot y la Pica, ésta última conocida en español como Lectura Gorda.
Ya para finalizar con algunas relaciones interesantes: la Lectura Gorda en inglés se conocía como Pica o Cícero, nombre utilizado también en alemán, francés y en algunos casos en español; a la Pica se le llamaba Mediaan en Holandés y Lettura en italiano. La Lectura chica, por su parte, se conocía como Small Pica en inglés, Philosophie en francés, Brevier en alemán, Descencian en Holandés y Filosofia en italiano.
* Imagen tomada de Lectura: el diseño de una familia tipográfica. Imagen original de Manuel typographique de Fournier (1764).
Fuente:
BUEN UNNA, Jorge ; Garone Gravier, Marina y Vázquez Conde, Leonardo. Lectura: el diseño de una familia tipográfica. México : Artes de México, 2011.
UNGER, Gerdard. ¿Qué ocurre mientras lees? : tipografía y legibilidad. España : Campgrafic, 2009.
Si no sabe usted qué es el chapó, el mamotreto de la RAE se lo explica prolijamente, pero no espere esa misma prolijidad para el término bibliotecólogo.
Argüelles, Juan Domingo (2013). Pelos en la lengua: disparatorio esencial de la Real Academia Española. México, Solar.
1. m. Juego de billar que se juega en mesa grande, con troneras y con cinco palillos que se colocan en el centro de la mesa y que tienen diverso valor para el tanteo. Consigue la victoria el equipo de hace primero 30 tantos o el que derriba todos los palillos en una sola jugada.
chapó
1. interj. U. para expresar admiración por algo o por alguien.
hacer ~.
1. loc. verb. Ganar en el juego del chapó derribando todos los palillos en una sola jugada.
Así las cosas con la lengua y con la RAE, muy despistadilla ella y yo, leyendo el libro de Argüelles que viene a confirmar algunas de mis sospechas con honorabilísima institución y su diccionario, sospechas que comienzan con “ofertar” y que se hacen más patentes cuando quitan tildes a diestra y siniestra, eso sin contar que el diccionario debiera llamarse de la lengua castellana, no de la lengua española. En fin, que hasta la Wikipedia se luce más en algunas ocasiones, si no me creen, veamos:
Bibliotecólogo
(Redirigido desde Bibliotecólogo)
Un bibliotecario es un profesional de las bibliotecas. Se trata de una persona que, en el ámbito de una biblioteca o Centro de Documentación desarrolla procedimientos para organizar la información, así como ofrecer servicios para ayudar e instruir a las personas en las maneras más eficientes para identificar y acceder a la información que necesiten, en sus diferentes formatos (artículo, libro, revista, disco compacto, videograbación, archivo digital, etc). Su tarea se ha ido transformando con el tiempo; han pasado de ser meros custodios de las colecciones de libros a ser intermediarios entre los usuarios que requieren satisfacer alguna necesidad de información y las colecciones de información que les son confiadas.
Pues eso, que les recomiendo el libro de Argüelles y, disculpen el mal consejo pero, no crean todo lo que diga la RAE.
Seguramente muchos recordarán con terror las clases de bibliotecología (ahora no recuerdo la materia específica) donde nos ponían a estudiar los niveles de los documentos y donde poco hablábamos de la historia de las distintas obras (esa era harina de otro costal, o de otra materia). Pues sí, aunque les parezca extraño los bibliotecarios clasificamos la información no sólo por materia, sino hasta por nivel de documento: están los documentos primarios, los secundariosy un tercer tipo, conocidos como obras de consulta o referencia. Ya en otro momento les explicaré en qué consiste cada nivel de documento y antes de que se me vayan aburridos a leer otra cosa, sólo les diré que dentro de las obras de consulta entran los diccionarios y, como a mi me gusta esto de la historia de la bibliotecología y todo lo que tenga que ver con los libros, el día de hoy toca el turno en este post al origen de los diccionarios.
Aunque nadie ha logrado ponerse de acuerdo, se cree que los primeros diccionarios surgieron en Mesopotamia por allá del 2,300 a.C., según la Wikipedia, se han descubierto textos cuneiformes que pertenecieron a la famosísima Biblioteca de Asurbanipal y que describían palabras sumerias. Interesante saber que ya desde los orígenes de la escritura, se escribiera sobre las palabras mismas. En fin, esto fue hace miles de años; sin embargo, el diccionario como lo conocemos hoy en día es un tanto más reciente.
En la Grecia clásica también podemos encontrar rastros de los primeros diccionarios, el filólogo y poeta griego, Filetas, realizó en el siglo IV a.C un compendio con el vocabulario mas complicado en la obra de Homero. Ya para el primer siglo de nuestra era, el gramático Apolonio realizó un Léxico Homérico.
En la Edad Media es posible encontrar los primeros glosarios especializados en distintos temas. Pero el término diccionario lo debemos al inglés John de Garland que en 1220 ecribió un libro de ayuda para la dicción latina, de ahí el término diccionario; aunque el trabajo de de Garland no fuera propiamente un diccionario, sino una ayuda para la pronunciación de las palabras de origen latino.
Como dato curioso, esos fósiles de diccionarios eran generalmente bilingües y eran utilizados para ayudar a traducir de una lengua a otra, por ejemplo, en 1552 apareció el Anglicum Latinum. Lo mismo ocurrió con los primeros diccionarios publicados en el México Colonial, aunque estos tuvieron fin evangelizador, es decir, para poder convertir a los antiguos pobladores de México fue necesario comenzar a hablarles en su propia lengua. El primer diccionario aparecido en México (y de paso en la América Conquistada) fue el Vocabulario en lengua castellana y mexicana que Fray Alonso de Molina escribió entre 1555 y 1571, a partir de 1571 incluyó uno en español-náhuatl. Después de este le seguirían otros pero el de Molina es un obligado en estos temas.
En cuanto a la lengua inglesa, el primer diccionario de que se tiene conocimiento fue la Table Alphabetical publicado por Robert Cawdrey en 1604, es un compendio de términos poco usuales de la lengua inglesa como To concruciate que es algo así como atormentar. Al diccionario de Cawdrey seguirían muchos otros; el primero que incluyó en el título la palabra diccionario fue The English Dictionaire, conocido también como An interpreter of hard english words de Henry Cockeram publicado en 1623. Los diccionarios en inglés más famosos son el Johnson Dictionary publicado en abril de 1755 y el imprescindible Oxford English Dictionary publicado 173 años después. Este último, por cierto, con un origen peculiar y bastante sangriento, pero esa es otra historia que vale para otro post.
Y desde luego, no podemos dejar de lado a la lengua española, con el primer Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española y publicado en 1780, el antecedente del DRAE que uilizamos en la actualidad incluso para consulta en línea. Cosa curiosa que la Real Academia surgiera hasta 1713 y publicara un diccionario de nuestra lengua casi 7 décadas después de fundación y aproximadamente 7 siglos después de los primerios vestigios de la lengua española.
Referencias:
Forsyth, Mark. The etymologicon: a circular stroll through the hidden connections of the English Language. USA : Totem Books, 2011.
Prieto, Carlos. 5000 años de palabras. México : FCE, 2006.
Hace unos días, mientras visitaba las bibliotecas Jaime García Terrés, Antonio Castro Leal y José Luis Martínez, todas de la Biblioteca de México, o lo que será la futura Ciudad de los Libros y la Imagen una vez que concluya la remodelación me mostraron los Testigos de los libros.
Mi ignorancia es mucha y, quizá yo tendría que saberlo, pero lo cierto es que no, no tenía idea que las anotaciones y objetos que se encuentran en los libros se llaman Testigos. Bonita voz relacionada con el libro.
Y nada, que me puse a buscar a los testigos de libro en glosarios de bibliotecología, pero no los encontré. Si alguien tiene la referencia o el dato de testigo relacionado con el libro, agradeceré infinitamente que me lo pasen.
¿Alguna vez se han preguntado cómo se dice “libro” en las distintas lenguas indígenas que existen en México?
Y nada, que estoy regresando de uno de los viajes más interesantes que he realizado por varios estados de la República Mexicana. A pesar de que siempre trato de que sea así, en esta ocasión tuve la oportunidad de regresar a estados como viajera y no como turista, esto te da definitivamente una perspectiva muy distinta de la visita y te permite hablar del lugar y la gente y no limitarte a lo bonita que era la fuente o el monumento histórico tal. Es en definitiva más enriquecedor y dejan muchas ganas de volver para conocer más.
Cuando llegué a Chiapas pude compartir algunos días con Tzeltales (uno de los grupos étnicos más grandes de Los Altos de Chiapas), así como con Chamulas (uno de los grupos étnicos más importantes de todo el Estado), ambos, descendientes de los mayas.
Aunque en esta ocasión no me fue posible realizar recorridos fotográficos por las bibliotecas de los diferentes lugares visitados, como buena bibliotecaria que soy no perdí la oportunidad de preguntar sobre libros; así que en Chiapas aprovechando la cercanía con otra lengua, no me quise quedar con las ganas de saber algo sobre los “libros” en una lengua que aunque no es la mía, también forma parte de las raíces de México; cosa que me tiene muy contenta y que aquí les comparto, espero me disculpen si cometo algún error en la ortografía:
EN TZELTAL
Jun: libro o cuaderno
Snail Jun: casa del libro.
Kanan Jun: cuidador de libros
En Tzeltal no existe un vocablo específico para “biblioteca” y tampoco para “bibliotecario,” así que, por aproximación, estos serían los vocablos más cercanos a los del español.
EN TZOTZIL
Vun: libro
Snail Vun: casa del libro
K’el snail vun: bibliotecario, el que cuida los libros.
Al igual que en Tzeltal, en Tzotzil no existen vocablos para “biblioteca” y “bibliotecario.” Así que las de arriba son también aproximaciones; aunque yo no tendría problema en utilizar a partir de ahora casa del libro, la frase completa tiene una gran eufonía.
Nota: un agradecimiento muy especial a Marco y Manuel por tan especial recorrido lingüístico a través de los libros.
Para todos a los que nos apasiona la historia del libro, no podemos pasar por alto un tipo de libro muy especial que existió en la antigua Roma y que dictaba gran parte de la religión y política romana: los libros sibilinos.
Los Libros Sibilinos o Libros Fatales eran una colección de libros de gran importancia en Roma y que contenían los arcana imperii, es decir, las profecías del imperio. A a través de ellos era posible conocer sobre el futuro, por lo tanto eran libros proféticos consultados principalment en tiempos de crisis con la esperanza de encontrar alguna profecía que diera una solución al problema que enfrentaban.
La leyenda cuenta que un día la Sibila de Cumas se presentó ante Lucio Tarquinio (534-509 a.C), rey romano conocido como “El Soberbio”; la sibila ofreció al rey una colección de 9 libros proféticos a un precio muy alto, desde luego Tarquinio no aceptó la oferta esperando que la Sibila los vendiera más baratos; la Sibila, por el contrario destruyó 3 de los nueve libros y una vez más ofreció los 6 restantes por la cantidad inicial; una vez más el rey rechazó la oferta y la Sibila destruyó otros 3; fue cuando Tarquinio tuvo miedo de perder los tres libros que quedaban y accedió a pagarlos por la cantidad que la Sibila pedía por los 9 libros. Se dice que Tarquinio mandó guardar los tres libros en el templo de Júpiter.
En cuanto al origen real de estos libros, existen dos teorías: una afirma que estos eran netamente de origen griego, mientras hay otros que defienden que eran de origen etrusco. Lo cierto es que los Libros Sibilinos estaban escritos en griego sobre hojas de palmera, aunque una segundq generación de libros sibilinos estarían escritos en lino, estaban guardados en un cofre de piedra y es muy posible que hasta el siglo I a.C los libros comenzaran a ser vistos como proféticos.
Esta colección legendaria de libros se perdió en el año 83a.C durante el incendio del Templo de Júpiter; así que gracias a la propuesta de Cayo Escribonio Escurión, el Senado romano pide a una comisión especial que rehaga la colección, estos viajan por varias ciudades recopilando libros sibilinos y en el año 76 a.C regresan a Roma con una nueva colección que es puesta el el nuevo templo de Júpiter alrededor del año 69 a.C.
Aquí es donde entra precisamente una figura importante en la religión romana: los Quindecénviros o Quindecemviro, un tipo especial de bibliotecario que además eran un sacerdote romano de muy alto rango en la jerarquía romana y en cuyas principales responsabilidades recaía la de guardar y consultar los libros sibilinos.
En sus orígenes, alrededor del siglo V a.C., los Quindecénviros eran dos simples cuidadores del templo de Apolo, ayudados por un par de intérpretes griegos; sin embargo, ya en el siglo II de nuestra era, cuando los Libros Sibilinos comienzan a cobrar mayor importancia para la vida romana, se conforma el Collegium Sacris Faciundis (uno de los cuatro colegios sacerdotales de Roma) donde un grupo de 10 sacerdotes se hacían cargo del cuidado de los libros sibilinos, más tarde este grupo aumentó a 15 sacerdotes.
El papel de los Quindecénviros llegó a ser tan importante para la religión romana que, además del cuidado de los libros sibilinos, labor que de por sí revestía gran responsabilidad, también dependía de ellos la elección de los diferentes ritos que se tenían que hacer en honor a los dioses. Entre los más destacados “bibliotecarios” a cargo de custodiar los libros sibilinos podemos mencionar a Vecio Agorio Pretextato (?-384 d.C), Q. Aureliano Simaco y V. Nicómano Flaviano.
Aunque estos libros dictaron durante varios siglos la vida política y religiosa de Roma, su popularidad llegó a su fin alrededor del 407 d.C cuando Estilicón ordena quemarlos para apaciguar el pánico que corría en todo el Imperio Romano gracias a las turbas que existían en aquel momento y que ponían en peligro al Imperio; vale aclarar que este mismo Estilicón fue quien obligó a San Jerónimo a retractarse de su profecía sobre la destrucción del Imperio Romano.
De esta manera se perdieron los libros sibilinos, tan importantes en aquella época y que hoy en día forman parte de las grandes pérdidas de la bibliografía.
Enero y diciembre son meses que siempre se prestan para hacer recuentos y predicciones; como parte de las predicciones en materia del libro electrónico hace algunos días les comentaba que 2012 sería muy seguramente el año de la autoedición. Sin embargo, creo que otro tema al que debemos prestar mucha atención durante este año será al de la llamada lectura en la nube, que también ya dio mucho de qué hablar durante todo 2011 y que sin duda se convertirá en un futuro cercano en una de las formas de lectura más comunes.
Libros en la nube, información en la nube, catálogos en la nube, información en la nube, “la nube”, son seguramente los términos que hemos escuchado con insistencia en recientemente pero, ¿qué entendemos pues por libros en la nubeen particular y por la nube, en general?
El surgimiento el e-book nos ha abierto un mundo de posibilidades al momento de leer, desde poder salir de viaje con nuestra biblioteca electrónica a cuestas (o mejor dicho, en nuestro e-reader), hasta tener nuestros libros disponibles en casi cualquier dispositivo de lectura, llámese e-reader, tableta o computadora de escritorio. Eso es precisamente “la nube,” el tener toda la información (no sólo libros) almacenada de manera permanente en servidores de Internet y se envía a cachés temporales de cliente, es decir, fuera de la computadora, tableta o e-reader y disponible para ser utilizada en cualquier momento, lugar y dispositivo con sólo contar con una conexión a internet.
Y es precisamente al ser un lugar “etéreo”, por decirle de alguna manera, que la nube recibe tantas críticas y muchos se encuentran reticentes a utilizarla: no saber dónde se encuentra realmente nuestra información y tampoco estár 100% seguro que la misma estará disponible en todo momento y lugar, basta un apagón o no tener conexión WiFi para que la nube no sea tan atractiva. A su favor, se puede mencionar que la ventaja indiscutible de la nube en materia de lectura es que libera al usuario de un dispositivo de lectura exclusivo y está en posibilidad de leer desde donde lo desee –tanto espacio físico, como dispositivo– siempre y cuando cuente con conexión a la red.
Amazon nos ha dado un buen ejemplo de la experiencia de leer en la nube con elKindle Cloud Reader que permite a los lectores que adquieran libros electrónicos en dicha tienda leer sus libros tanto en los dispositivos Kindle, como en las aplicaciones Kindle para PC, Mac, dispositivos Android, iPod/iPhone/iPad y también en el Cloud Reader de Amazon; lo interesante es que la sincronización es automática, esto quiere decir que el libro que se lea en un dispositivo o en la web, será lo mismo que se esté leyendo en cualquier otro dispositivo. Otro servicio en la nube que nos ofrece Amazon es el Amazon Cloud Drive anunciado en septiembre de 2011 junto con el Kindle Fire, la tableta que permite 5GB de almacenamiento de música, videos, documentos, etc.
Otro buen ejemplo de libros en la nube es el que ofrece actualmente Kobo que, al igual que Amazon, permite a sus usuarios leer en los dispositivos de lectura de Kobo, así como en las aplicaciones de Kobo para PC, Mac, dispositivos con sistema Android y los dispositivos de Apple.
Por último, Apple cuenta con el iCloud, un servicio que almacena todo el contenido (información, documentos, música, fotos, libros, etc.) de un usuario y lo comparte entre los distintos dispositivos, es decir, las distintas computadoras Mac, iPod, iPad y también iPhone.