Sí, como bibliotecaria que soy, este post en defensa del derecho a subrayar los libros podrá parecer un tanto absurdo o contradictorio, incendiario quizá para los más puristas. Y es que imaginen qué sería de las bibliotecas si todos los usuarios hicieran efectivo este derecho, aunque en realidad, algunos ya lo hacen y esos usuarios merecen que les corten la cabeza. Está bien, me exasperé un poco, merecen al menos que les retiren su credencial de biblioteca, además de pagar el libro/s maltratado/s en cuestión.
¿Contradictorio este post siendo bibliotecaria?, ¿contradictorio pedir una sanción para los usuarios que subrayan los libros de la biblioteca, mientras que defiendo el derecho a subrayarlos? Seguramente sí, pero me atengo a lo que decía Whitman: “¿Me estoy contradiciendo? Muy bien, pues me contradigo (Soy grande, contengo multitudes)”. Así que, como se dice vulgarmente, “no confundamos la gimnasia con la magnesia”, una cosa son los libros de la biblioteca y otra son los libros de la biblioteca personal.
Los libros de la biblioteca son libros de y para la comunidad, son libros que nos pertenecen tanto como le pertenecen a cualquier otro usuario de esa comunidad y, dado que esos otros usuarios también van a utilizarlo, lo mejor es dejarlo en las mejores condiciones, son libros nuestros y del resto. Mientras que un libro de mi biblioteca personal, es una inversión para mi uso personal. Estamos hablando del lo público y lo privado.
Todo lo anterior y esta defensa vienen por la lectura del post Subrayar libros, un sacrilegio necesario, un artículo de Esteban Ordoñez a propósito de la entrevista concedida por George Steiner para el diario El País en el que a la pregunta qué es ser judío, responde: “Un judío es un hombre que, cuando lee un libro, lo hace con un lápiz en la mano porque está seguro de que puede escribir otro mejor”.
Ordoñez realiza toda una disquisición por demás interesante (y que es también un poco defensa) que va de los defensores a los detractores de este ¿sublime, deleznable? acto. Los primeros, desde luego, lo defienden, mientras que los segundos lo ven como un sacrilegio.
Dice la RAE que sacrilegio es “Lesión o profanación de cosa, persona o lugar sagrados.” Y aquí es donde yo me pregunto, ¿es un sacrilegio subrayar los libros?, ¿los estamos profanando? Y más importante quizá, ¿los libros son sagrados?
Si hay algo que me aleja más de los discursos oficialistas y buenoides sobre el libro es precisamente ese que los ve como sagrados, que se ufana de su olor, visión que además sigue teniendo al libro como un objeto al que pone en un pedestal inalcanzable, cuando en realidad va mucho más allá de eso. Quizá me equivoque pero me atrevo a afirmar que esta aura de sagrado es lo que precisamente ha alejado a muchos lectores en potencia de los libros y la lectura.
Por el contrario, siempre he creído que a los libros hay que poseerlos, hay que hacerlos nuestros y para ello me queda claro que no a todos los lectores les basta simplemente con leerlos y guardarlos muy organizados en la biblioteca personal. Algunos necesitan estrujarlos, subrayarlos, anotarlos, abrazarlos, abandonarlos por un tiempo y después volver a ellos, etc., y esto no necesariamente significa maltratarlos, aunque en el proceso muchos irremediablemente terminen maltratados.
Además, subrayar y anotar libros habla mucho del libro, de la lectura que se hizo de él y, desde luego, de su dueño. No es gratuito que los llamados testigos que quedan en los libros de muchas bibliotecas de personajes ilustres sean tan importantes para los biógrafos o historiadores. Desde luego no todos vamos a ser personajes ilustres, pero a veces pienso que un libro habla más allá de sus páginas, que habla a través del lector y lo que éste plasmó en sus hojas.
Decía Apuleyo en su Metamorphoseon o El asno de oro:
Lector intende: laetaberis. (Lector atiende, te regocijarás).
Esto debería ser lo que importe al lector sobre sus libros (subrayados o no). Por ello este post de defensa del derecho a subrayar y también de no hacerlo, el que quiera mantener a sus libros en el mejor de los estados, como si de una colección de museo se tratara, adelante. Pero el que, mientras lee, siente el deseo imperioso de subrayar eso que tanto le gustó o hacerle una observación al autor, no sienta vergüenza, no deje que estos prejuicios sobre el libro sagrado lo repriman; anote su libro, subráyelo, ya el tiempo decidirá si cuando regrese a él, valía la pena todo eso que le hizo, la forma en que se apropió de él, porque eso también habla de usted como lector y como persona.