Un ladrón que robó un pan que llevarse a la boca, me explicó en alguna ocasión un abogado, es juzgado igual que aquel que asaltó un banco suizo, pues no se castiga por lo robado, sino por el hecho ilícito. Cuando se trata de libros, me parece que no hay que ser tan radical y el ladrón debería ser condonado de su pena (una pena más social que judicial, pues en realidad es un estigma)…
Sergio Téllez-Pon
Y resulta que sí, por curioso que esto pueda parecer a muchos y aunque los principales afectados (llámense librerías o bibliotecas) pongan todo su empeño y tecnología por evitarlo, es innegable que el robo de libros siempre tendrá un dejo de romanticismo e incluso de literario lo que a su vez nos obliga en cierta forma a “amigarnos” con los que perpetran el crimen, a ser cómplices silenciosos de los amigos de lo ajeno, aunque este ajeno sea un libro que como tal bien puede estar en nuestras bibliotecas, es decir, que al amigarnos corremos el riesgo de convertirnos en víctimas de dicho acto.
Pero ¿qué nos lleva a ver con sonrisa el supuesto romanticismo de hurtar libros? la mayoría, creo yo, solemos pensar que el fardero del libro es un hambriento de lectura sumido en la pobreza y que para saciar su hambre de letras tiene que recurrir a tan deleznable acto (¿o ni tanto?):
Por culpa de los libros hice cosas inenarrables, como por ejemplo robar…
Rafael Pérez Gay. Los libros y la vida diaria
Entonces ¿cómo reprochar a alguien que hace lo “inenarrable” por nutrir al espíritu? ¿cómo no ver con cariño a ese que se las ingenia para sacar tan codiciado objeto? ¿cómo señalar al que lee, aunque para ello tenga que cometer actos “criminales”? Incluso José Vasconcelos, uno de los más grandes promotores de las letras y la cultura en México, se complacía con este acto:
Ayudante: ¡Maestro, se están robando los libros!
José Vasconcelos: ¡Qué bueno que se los están robando!
Ayudante: Oiga, pero se los están robando para venderlos.
José Vasconcelos: Qué bueno que hay pendejos que los compran
Aunque hay de robos a robos: el imperdonable sería quizá el que se perpetra con el objetivo de re-vender los documentos, como es el caso arriba mencionado. Aunque, como lo decía Vasconcelos “qué bueno que hay pendejos que los compran.”
Mención especial merecen los ladrones actuales de libros electrónicos, ahora les llaman piratas, porque se hacen de copias ilegales del libro deseado; a su favor podemos señalar que a falta de opciones para descargar los libros, se ven en la penosa necesidad de hacerse con ellos en sitios donde, paradójicamente, es más fácil conseguirlos que en las propias librerías
Entre los hurtos más recientes de que se tiene noticia (me atrevo a pensar que en la historia reciente se convertirá en uno de los casos más conocidos) y que tiene abatido al mundo bibliotecario y de las letras está el perpetrado el 5 de julio pasado:el Códex Calixtinus fue sustraído del Museo y Archivo de Santiago, en la Catedral de Santiago de Compostela en España. El Códice Calixtino es un documento escrito en el siglo XII atribuido al Papa Calixto II (papa número 162 de la Iglesia Católica Romana) donde se recogen los pormenores del camino a Santiago de Compostela, como descripciones, consejos y costumbres de los lugareños, etc., se supone que estaba dirigido a los peregrinos que se encaminaban a tal ciudad.
A propósito de este robo que tiene al responsable del Museo y Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela, Monseñor Salvador Domato, sumido en la desesperación, el diario español la Gaceta ha publicado un artículo con una lista delos más sonados y escandalosos casos de libros robados. A mi vez, aprovechando el tema que aprovecha el diario La Gaceta, les comparto la lectura que esta mañana me compartiera Iván Trejo, editor de la Revista Postdata, y que aparece al inicio de este post, una lectura imperdible que reivindica (aunque no siempre) a los ladrones de libros.