Dice la UNESCO en su famoso Manifiesto sobre la Biblioteca Pública –manifiesto que por cierto ya tiene 20 años de existencia–:
La biblioteca pública es un centro local de información que facilita a sus usuarios todas las clases de conocimiento e información…
Todos los grupos de edad han de encontrar material adecuado a sus necesidades. Las colecciones y los servicios han de incluir todo tipo de soportes adecuados, tanto en modernas tecnologías como en materiales tradicionales. Son fundamentales su alta calidad y adecuación a las necesidades y condiciones locales. Los materiales deben reflejar las tendencias actuales y la evolución de la sociedad, así como la memoria del esfuerzo y la imaginación de la humanidad.
Ni los fondos ni los servicios han de estar sujetos a forma alguna de censura ideológica, política o religiosa, ni a presiones comerciales.
[Las negritas y subrayados son míos]
Cambiando un poco el tema, aunque en el mismo orden de ideas para este post, Domingo Buonocore en su célebre Diccionario de Bibliotecología (Castellví, 1963) nos dice sobre la selección de libros:
Tarea intelectual que compete al bibliotecario y que tiene por fin elegir o escoger, separándolos de entre sus similares, los libros que considera más aptos para la biblioteca, de acuerdo con su tipo o carácter.
Esta labor de espurgo bibliográfico comporta una seria responsabilidad y debe subordinarse, en principio, a las siguientes condiciones: a) valor real del libro, b) utilidad para los lectores; c) recursos de que dispone la biblioteca…
La selección y la adquisición de materiales para una biblioteca son pues dos actividades que en conjunto forman lo que en la jerga bibliotecaria conocemos como el Desarrollo de Colecciones, nombre que a pesar de sonar tan rimbombante busca simple y llanamente satisfacer las demandas de los usuarios, demandas que pueden ser de tipo informativo, formativo y/o recreativo.
Hasta aquí, todo bien, ¿cierto? Luego entonces, me pregunto ¿vamos nosotros a cuestionar y/o juzgar las necesidades de los usuarios? ¿nuestra labor está en función de satisfacer estas necesidades o de lo que nuestros prejuicios digan lo que es bueno para ellos?
Lo pregunto porque estos últimos días el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas chilenas, conformada por poco más de 450 bibliotecas, ha sido duramente criticado al dar a conocer los resultados de un proceso piloto realizado durante la Feria del Libro de Santiago 2013 en el que se permitió que por vez primera cerca de 300 bibliotecarios seleccionaran a través de una aplicación móvil los libros para sus bibliotecas.
Para no hacerles el cuento largo, entre los libros seleccionados y adquiridos –con una inversión de aproximadamente un millón de pesos chilenos, poco más de MX$23,000, es decir, mucho menos de lo que se invierte por estos lares en empresas nada exitosas donde el libro es también la figura central, por mencionar un ejemplo, la campaña de fomento lector del Consejo de la Comunicación– se encuentra en primer lugar la biografía de un afamado animador chileno, pero también es posible encontrar libros de autoayuda.
Y como ocurre en todos lados cuando se habla de libros y cultura, para quedar bien todos son conocedores y saben lo que se debe de hacer, aunque desconozcan el por qué y el cómo. Así que al más puro estilo Condorito los que se sienten intelectuales se fueron de espaldas dando el clásico “plop,” desgarrándose las vestiduras y llamando “mercachifles” a los bibliotecarios por seleccionar materiales tan poco honorables –bueno, en realidad no puedo afirmar que haya ocurrido tal cual, aunque según lo leído en el transcurso de estos días, no dudo que haya sido así–. Por cierto, como apunta Gonzalo Oyarzún, subdirector del Sistema Nacional de bibliotecas Públicas en Chile, en esta selección sólo hay dos títulos del presentador chileno, es decir el 0.01% de la selección y el 0.71% de las compras generales o lo que es lo mismo 287 ejemplares de dicho título para un total de 40 mil, en resumen, que estos libros están muy lejos de ser representativos en dicha selección. Pero ya saben que en estos temas la gente a menudo deja de ver el bosque por perderse en las ramas.
En fin, imagino que esos “que saben” lo que “debe ser” cuando se habla de libros, pensarán que lo que ellos leen (si es que leen, claro está) es lo único de valor, aquí rescato las palabras que hace tiempo mi queridísima Gemma Lluch me regaló y que tan bien vienen a esta reflexión:
A menudo, la lectura ha sido un distintivo de clase social. No he podido olvidar (porque me resultó escandaloso) el comentario que un famoso divulgador hizo en un foro sobre lectura. Ante cientos de personas afirmó que los planes de lectura no eran útiles. Y más adelante remató el comentario al describirnos su idílica infancia: “mi mamá tocando el piano, aquella biblioteca inmensa de mi papá que me invitaba a leer…”.
Pues eso, que cuando se habla de libros es muy fácil caer en lugares comunes, en la idealización y en el cómo se debe de leer; espero que sean escasos los bibliotecarios y bibliotecarias que caen en esto último y se ocupen de ofrecer lo que el usuario requiere, ya sea un libro de autoayuda, de la farándula, una obra cumbre de la literatura universal, un cómic, un audiolibro o el acceso a internet. Como bien lo señala Gonzalo en el citado artículo y propósito de este, a mi gusto, escandaloso escandalo:
Las bibliotecas públicas no son templos sagrados al servicio de un culto sancionado por el campo cultural; son espacios de encuentro de la comunidad al que se tiene todo el derecho a ingresar, ya sea por la biografía de una célebre estrella o para disfrutar la colección completa de Condorito, pero donde se puede terminar también siguiendo un hilo que lleve a José Miguel Varas, Sándor Márai e Irène Némirovsky, sólo por nombrar pasajes por los que el laberinto sigue avanzando a través de alternativas en constante renovación y, por lo tanto, infinitas.
Efectivamente, las bibliotecas no son templos sagrados y la ardua tarea de seleccionar y adquirir –si no me creen lo de ardua vuelvan a leer desde el principio– se limita a dos preguntas esenciales: ¿quién dice qué es bueno para quién? y ¿quién define los contenidos de una biblioteca y con base en qué?
En lo personal no me cabe la menor duda al respecto, los usuarios son los que definen con base en sus necesidades los contenidos de sus bibliotecas; por otro lado, todo bibliotecario que se precie de serlo tiene la responsabilidad ineludible e inalterable de satisfacer dichas necesidades.
Pues bien señoras y señores “conocedores”, intelectuales y grandes pensadores, les informo que lo que entra en una biblioteca no lo definen ustedes, sino los usuarios, el bibliotecario es el responsable de concentrar, interpretar dichas necesidades y satisfacerlas. Vamos, que la opinión que tengo sobre la calidad literaria de 50 sombras de Grey no me da ningún derecho a decir que no se ofrecerá en la biblioteca o a cuestionar su existencia en la misma como ya ha ocurrido en países “civilizados”, de hecho, si me dejo llevar por estos prejuicios no sólo estoy negando el acceso, sino también censurando contenidos y eso sí va en contra del manifiesto de la Unesco y más grave aún, de la ética bibliotecaria.
Así que vamos desgarrándonos menos las vestiduras y entendiendo más la función de una biblioteca pública; vamos juzgando menos lo que los usuarios quieren leer y mejor propiciemos esos encuentros con la lectura y la biblioteca.
Más información sobre este caso, por acá.
Completamente de acuerdo contigo. Has sabido explicar con palabras precisas lo que ocurre en las bibliotecas públicas y el tipo de censura que algunos pretenden imponer en la selección de fondos, sin darse cuenta de que nos debemos a nuestros usuarios y son ellos los que deben decirnos qué quieren leer. ¿No queremos fomentar la lectura? Pues que lean lo que les guste. Nosotros proponemos, pero son ellos los que eligen.
Me encanta la manera en que defiende al usuario real, al de carne y hueso, al común y corriente. Se puede vivir sin leer, muchos ya lo hacen, así que lean lo que quieran,lo importante es el disfrute, el reto es para el biblitecario, traducir las necesidades de ellos. Te invito a leer mi post en Infotecarios “De bibliotecarios y otros demonios”.
Que gusto leerte.
Claro, los usuarios tendrán la última palabra. Pero así como “los materiales deben reflejar las tendencias actuales y la evolución de la sociedad”, también deben reflejar “la memoria del esfuerzo y la imaginación de la humanidad”. Y esto último es esa parte molesta contra la que, por lo visto, se habla aquí. Si la biblioteca “propicia el encuentro con la lectura” tendrá que ofrecer de todo, no solamente lo que el usuario quiera. Se corre el riesgo, del mismo modo que ocurre con Google. de generarse la famosa cámara de eco: la realidad es únicamente lo que el usuario quiere ver.
A propósito de cierto artículo que cierta colega publicó en cierta revista, en el que se insinuaba como “sesgo ideológico” la adquisición en las bibliotecas de ciertos libros como El capital o El libro rojo (sin el estudio que respalde siquiera la presencia de esos libros en la RNBP, por cierto), recuerdo una película que es, quizás, la mejor que se ha hecho sobre la función social del bibliotecario y la biblioteca: Storm Center. Todo el conflicto empieza porque el personaje de Bette Davis se rehusó a quitar de los estantes un libro que ni siquiera era de estos ya mencionados y “queman” con el sólo nombrarlos, sino uno escrito sobre esos asuntos por un autor estadounidense. Las autoridades y el sector privado presionaron a la bibliotecaria hasta ser renunciada, y la consecuencia de ello fue la destrucción de toda la biblioteca.
Hoy, por supuesto, ése y todos los demás libros “viejos” sí serían retirados sin chistar y la biblioteca que Bette Davis defendió con ahínco, se dedicaría ahora a ofrecer “lo que el usuario quiera”. Porque parece que la “censura” es de un solo lado. Pero creo que si algo queda bastante claro (y con una película varias décadas anterior al Manifiesto de la UNESCO, además) es lo mismo que ya había comentado antes en el blog: las bibliotecas no serán “templos del saber”, pero tampoco son librerías ni puestos de revistas.