Este fin de semana me topé con un artículo publicado en Univisión: Costa Rica: eliminan a ‘Don Quijote’ como lectura obligatoria en secundaria , no me extrañaría que algunos lectores se sintieran indignados con sólo ver el título, ya saben, todo lo que huela a literatura nos pone en un plan intelectual a veces “insufrible.”
De acuerdo con el artículo de Univisión, el clásico de Cervantes fue eliminado del programa curricular del último año de secundaria por considerarlo “un libro muy extenso y difícil de manejar”, no sólo por los alumnos, sino también por los profesores.
Si he de ser honesta, no me extraña que consideren al Quijote difícil, no me extraña que consideren a cualquier otro clásico de la literatura difícil; no me extraña, aunque tampoco me asusta o indigna. Tomando en cuenta que la lectura (sea clásico o no) al convertirse en una asignatura obligatoria no hace más que alejar a la mayoría del principal objetivo –mal encausado o mal entendido– de estos programas formulados por autoridades que no parecen estar muy cercanos a la lectura. Qué tal que primero formamos a profesores lectores (en Costa Rica, México o tantos países más con la misma problemática) que sepan transmitir el gusanito de la lectura; qué tal que dejamos que los niños escojan sus lecturas; qué tal que los padres de familia no dejan todo el trabajo a las escuelas, porque, francamente es como una burla que el padre pretenda que su hijo lea cuando el mismo padre jamás ha tomado un libro, un periódico, una revista, etc. Como ya lo dije en originalmente en Moccablog.
…no pretendamos correr sin antes haber aprendido a gatear; no pretendamos ir de la alfabetización a los niveles avanzados de hábitos lectores, sin antes haber pasado por una comprensión lectora, por una alfabetización funcional.
Intento ir más allá: en realidad no es “bueno” ni “malo” retirar tal o cual clásico, porque aunque clásicos literarios, debemos entender y aceptar que no a todos interesan y que la peor forma de pretender que alguien comience a leer es obligarlo/a. Ya es tiempo de que dejemos de calificar a la lectura: “leer es bueno”, “el Quijote es magnífico”, “leer en pantalla no es leer”, “nada como oler un libro impreso,” y tantas frases casi tan huecas como “clásicas” que he escuchado en torno a la lectura y que no ayudan en nada, porque aceptémoslo, si estas frases te convirtieran en lector realmente, no nos enfrentaríamos a índices de lectura tan bajos.
Creo fielmente que un buen lector… (mejor quitémosle el calificativo) creo fielmente que un lector se inicia leyendo cosas que le interesan: recuerdo los niños de la primaria en mis primeros años como bibliotecaria escolar, que durante el receso entraban corriendo a la biblioteca a buscar las enciclopedias y los libros de dinosaurios, llenos de ilustraciones. Creo fielmente que el placer de la lectura va más allá de los clásicos obligados y, aquí coincido plenamente con Enzo Abbagliati:
Con el libro está pasando como con los padres, o como con la autoridad en general: a veces hay que matarlos simbólicamente (o en forma real) porque es la única manera de avanzar.
Así que entendamos de una vez por todas que la lectura no son sólo los clásicos literarios, porque la estaríamos dejando muy corta; no es tampoco tener un estante lleno de libros empolvados y sin ser usados, porque entonces la estaríamos convirtiendo en status; la lectura tampoco es el olor del libro, porque entonces sólo sería una pose intelectual desgastada; la lectura no son los índices de cuántos libros se leen al año, porque entonces la estamos convirtiendo en estadísticas alejadas de la realidad. Entendamos al fin que la lectura no es “buena” ni “mala”, porque entonces nos estamos perdiendo la oportunidad de acercarnos a un universo en el que cabe el placer, el conocimiento, la información, el ocio y la recreación.
Por último, recomiendo ampliamente dos entradas que Enzo Abbagliati publicó en su blog y que explican mejor lo que yo intento decir aquí: Matemos al libro para que se multipliquen las lecturas y …Y también matemos al libro electrónico , así como su entrada en El Quinto poder La certeza del panorama de la lectura.