Hace tiempo no realizaba este ejercicio, pero siempre resulta interesante ver lo que la gente va leyendo durante sus trayectos en el metro que, insisto, entre el trajín diario, las prisas, otros distractores y un amplio etc., es uno de los pocos espacios que le quedan a la gente para leer. Algunas lecturas de metro este fin de semana:
Cuentos completos de Isaac Asimov
La dieta de Montignac: coma por placer y manténgase delgado de Michel Montignac
Historias insólitas de los mundiales de Luciano Wernicke
Caballo de Troya de J. J. Benítez
Revista Cosmopólitan
Todos estos fueron lectores tradicionales, aún son pocos los lectores en pantalla; sin embargo, cada vez hay más lectores utilizando sus iPads, teléfonos celulares, y sí, uno que otro con su e-reader dedicado.
Como bien lo indica Piotr Kowalczyk en Ebook Friendly, en el terreno de las infografías está surgiendo una nueva forma de visualizar la información: las tablas periódicas sobre un tema específico. Pues sí, quizá Dmitri Medeléyev nunca imaginó que la tabla periódica que publicó a finales del siglo XIX y que le valdría en 1955 que el elemento 101 llevara su nombre (adivinaron, el Mendelevio), algún día se convertiría también en una forma de condensar y hacer comprensibles elementos básicos sobre un tema determinado más allá de la química.
La literatura se ha convertido en un buen ejemplo de uso de las tablas periódicas, como bien nos muestran en eBook Friendly con la publicación de 10 tablas periódicas relacionadas con la literatura; pero además, recientemente encontré una tabla periódica de la tipografía que, he de confesar, la tengo como fondo de pantalla de mi computadora :), y ha sido mi primer acercamiento más que afortunado a este tipo de “infografías.”
En fin, como les decía, las ciencias duras y la literatura están haciendo buena “química”, así que si se sienten un poquito nerds quizá les interese saber que muchas de ellas están a la venta en Amazon y tiendas en línea similares para colgarlas en sus muros (los reales, no los de Facebook). Les dejo con la tabla periódica de la literatura universal que tengo en la mira y también con la de la tipografía que ya les había platicado.
Imagen vía Ebook FriendlyImagen vía Quora
Pues ya está, si a sus casas llenas de libros les hace falta algo, ahí tienen dos buenas opciones para el toque final a la decoración literaria.
Aunque hace tiempo no traía este blog un tour fotográfico a biblioteca, nunca es tarde para volver al redil y qué mejor manera de regresar que con la visita fotográfica a la Biblioteca Nacional de Ciencia y Tecnología del IPN (Instituto Politécnico Nacional).
Lobby
Colección general
La Biblioteca Nacional de Ciencia y Tecnología “Víctor Bravo Ahuja” –perteneciente al sistema de 73 bibliotecas del IPN– fue fundada en 1998, atiende anualmente a cerca de 600,000 estudiantes y su principal función es la de proporcionar y facilitar servicios de acceso a la información tanto a estudiantes y personal docente del IPN, como al público en general; para ello cuenta con diferentes colecciones y servicios documentales:
Colecciones
Colección general, conformada por 100,000 títulos y 270,000 volúmenes relacionados con los planes y programas de estudio del Instituto Politécnico Nacional.
Libros electrónicos y otros recursos digitales en distintas bases de datos.
Consulta
Hemeroteca, 527 títulos y 27 mil volúmenes
Mapoteta: 6700 títulos cartográficos y aproximadamente 8,000 volúmenes en publicaciones impresas del INEGI.
Publicaciones oficiales: 3,000 volúmenes de publicaciones del Gobierno Federal, Estados y organismos e instituciones públicas, como es el caso del Diario Oficial de la Federación.
Tesis: cuenta con 20,000 títulos impresos y 8,800 en formato electrónico.
Colecciones especiales:
Institucional: con publicaciones del IPN
D’Garay: con 5 mil ejemplares en las áreas de literatura e historia universal, adquirida por donación de la biblioteca personal del Ing. Fernando de Garay Arenas.
Tovar y de Teresa: adquirida por la donación de más de 700 libros de múltiples disciplinas.
Dr. Alán Legaspi:
consta de más de 450 ejemplares en temas variados de la política nacional e internacional.
Servicios:
Préstamo en sala, a domicilio e interbibliotecario
Salas de cómputo
Sala de lectura
Impresión, fotocopiado y servicio de plotter.
La BNCT cuenta además con dos auditorios y 7 salas de trabajo, sala de capacitación y sala de videoconferencias.
Horarios de atención:
Lunes a viernes de 8:30 a 20:30 hrs.
Sábados, domingos y días festivos de 9:00 a 16:30 hrs.
Nota:
Aprovecho para agradecer especialmente a la Lic. Alejandra Lilian García, Encargada de la División de Servicios Bibliotecarios del IPN por todas las facilidades y atención; así como al Ing. Guillermo Ramírez, Jefe del Departamento de Servicios de Operación por la interesante visita guiada y hacerme sentir como en casa.
En lo personal, nunca he sido partidaria de un formato de lectura o de otro. Que los libros impresos son mejores que los electrónicos o que los electrónicos van a destruir a los impresos y argumentos similares me parecen un tanto ociosos en una época en la cual debemos prestar atención a la lectura misma y a las distintas oportunidades (nunca antes vistas) que tenemos para hacerlo: tabletas, computadoras, impresos, impresos bajo demanda, libros por suscripción, libros electrónicos, cómics, dispositivos celulares, libros interactivos impresos y electrónicos y un amplio etcétera. Por ello ya se habrán dado cuenta que no me encantan esas campañas en las que, en un afán porque la gente lea y por ensalzar los beneficios de la lectura, ponen virtudes o defectos al formato opuesto; sin embargo, he de aceptar que me ha parecido ingeniosa Desconéctate con un libro (Unplug with a book), una campaña creada por Anti, una agencia de publicidad, para la Librerías Norlis donde invitan al usuario a desconectarse de las redes sociales y la tecnología para leer un libro.
Lo que encuentro ingenioso y precisamente lo que me llamó la atención de esta campaña es que las portadas de los libros están acomodadas de tal manera que los títulos forman oraciones donde nos piden pasar más tiempo leyendo en lugar de viendo una pantalla. Además del acomodo de los libros, el juego de palabras de Desconexión es interesante: desconexión literal y metafórica, ya saben un llamado a desconectarse literalmente de las pantallas para desconectarnos con un libro, por aquello de que a veces, mientras leemos, nos olvidamos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Quizá olviden los de Anti y Librerías Norlis es que esas pantallas también pueden hacer que personas que antes no leían, ahora lo estén haciendo; y también que a pesar de que el libro en una pantalla se enfrenta de tú a tú con otras formas de entretenimiento (distractores para muchos), quizá nunca antes habían estado entre las distintas opciones para muchos “no-lectores.”
Y ya que estamos en esas, yo los invito también a desconectarse con un libro o revista o cómic o blog o lo que quieran sin importar en que formato lo hagan.
– Qué curioso que preguntes eso. Sí, sobrino, hay libros malos, malísimos. No me refiero a los libros mal hechos o ridículos, los tristes libros escritos por una persona que sufrió sin que eso fuera útil, los libros hechos por idiotas que sólo querían ser famosos. No, me refiero a libros que hacen daño y atacan a otros libros. No es fácil reconocerlos porque son astutos y esconden su verdadero mensaje. Si los lees, e pueden parecer agradables, pero hacen que olvides lo que dicen otros libros. Los grandes lectores no se dejan engañar, pero a veces hasta ellos aceptan ese veneno, hecho de olvido y malas intenciones…
– Juan Villoro, El libro Salvaje.
El libro salvaje no es, afortunadamente, uno de esos libros. Por el contrario, un libro para niños que puede disfrutar cualquier adulto.
La biblioteca pública es un centro local de información que facilita a sus usuarios todaslas clases de conocimiento e información…
Todos los grupos de edad han de encontrar material adecuado a sus necesidades. Las colecciones y los servicios han de incluir todo tipo de soportes adecuados, tanto en modernas tecnologías como en materiales tradicionales. Son fundamentales su alta calidad y adecuación a las necesidades y condiciones locales. Los materiales deben reflejar las tendencias actuales y la evolución de la sociedad, así como la memoria del esfuerzo y la imaginación de la humanidad.
Ni los fondos ni los servicios han de estar sujetos a forma alguna de censura ideológica, política o religiosa, ni a presiones comerciales.
[Las negritas y subrayados son míos]
Cambiando un poco el tema, aunque en el mismo orden de ideas para este post, Domingo Buonocore en su célebre Diccionario de Bibliotecología (Castellví, 1963) nos dice sobre la selección de libros:
Tarea intelectual que compete al bibliotecario y que tiene por fin elegir o escoger, separándolos de entre sus similares, los libros que considera más aptos para la biblioteca, de acuerdo con su tipo o carácter.
Esta labor de espurgo bibliográfico comporta una seria responsabilidad y debe subordinarse, en principio, a las siguientes condiciones: a) valor real del libro, b) utilidad para los lectores; c) recursos de que dispone la biblioteca…
La selección y la adquisición de materiales para una biblioteca son pues dos actividades que en conjunto forman lo que en la jerga bibliotecaria conocemos como el Desarrollo de Colecciones, nombre que a pesar de sonar tan rimbombante busca simple y llanamente satisfacer las demandas de los usuarios, demandas que pueden ser de tipo informativo, formativo y/o recreativo.
Hasta aquí, todo bien, ¿cierto? Luego entonces, me pregunto ¿vamos nosotros a cuestionar y/o juzgar las necesidades de los usuarios? ¿nuestra labor está en función de satisfacer estas necesidades o de lo que nuestros prejuicios digan lo que es bueno para ellos?
Lo pregunto porque estos últimos días el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas chilenas, conformada por poco más de 450 bibliotecas, ha sido duramente criticado al dar a conocer los resultados de un proceso piloto realizado durante la Feria del Libro de Santiago 2013 en el que se permitió que por vez primera cerca de 300 bibliotecarios seleccionaran a través de una aplicación móvil los libros para sus bibliotecas.
Para no hacerles el cuento largo, entre los libros seleccionados y adquiridos –con una inversión de aproximadamente un millón de pesos chilenos, poco más de MX$23,000, es decir, mucho menos de lo que se invierte por estos lares en empresas nada exitosas donde el libro es también la figura central, por mencionar un ejemplo, la campaña de fomento lector del Consejo de la Comunicación– se encuentra en primer lugar la biografía de un afamado animador chileno, pero también es posible encontrar libros de autoayuda.
Y como ocurre en todos lados cuando se habla de libros y cultura, para quedar bien todos son conocedores y saben lo que se debe de hacer, aunque desconozcan el por qué y el cómo. Así que al más puro estilo Condorito los que se sienten intelectuales se fueron de espaldas dando el clásico “plop,” desgarrándose las vestiduras y llamando “mercachifles” a los bibliotecarios por seleccionar materiales tan poco honorables –bueno, en realidad no puedo afirmar que haya ocurrido tal cual, aunque según lo leído en el transcurso de estos días, no dudo que haya sido así–. Por cierto, como apunta Gonzalo Oyarzún, subdirector del Sistema Nacional de bibliotecas Públicas en Chile, en esta selección sólo hay dos títulos del presentador chileno, es decir el 0.01% de la selección y el 0.71% de las compras generales o lo que es lo mismo 287 ejemplares de dicho título para un total de 40 mil, en resumen, que estos libros están muy lejos de ser representativos en dicha selección. Pero ya saben que en estos temas la gente a menudo deja de ver el bosque por perderse en las ramas.
En fin, imagino que esos “que saben” lo que “debe ser” cuando se habla de libros, pensarán que lo que ellos leen (si es que leen, claro está) es lo único de valor, aquí rescato las palabras que hace tiempo mi queridísima Gemma Lluch me regaló y que tan bien vienen a esta reflexión:
A menudo, la lectura ha sido un distintivo de clase social. No he podido olvidar (porque me resultó escandaloso) el comentario que un famoso divulgador hizo en un foro sobre lectura. Ante cientos de personas afirmó que los planes de lectura no eran útiles. Y más adelante remató el comentario al describirnos su idílica infancia: “mi mamá tocando el piano, aquella biblioteca inmensa de mi papá que me invitaba a leer…”.
Pues eso, que cuando se habla de libros es muy fácil caer en lugares comunes, en la idealización y en el cómo se debe de leer; espero que sean escasos los bibliotecarios y bibliotecarias que caen en esto último y se ocupen de ofrecer lo que el usuario requiere, ya sea un libro de autoayuda, de la farándula, una obra cumbre de la literatura universal, un cómic, un audiolibro o el acceso a internet. Como bien lo señala Gonzalo en el citado artículo y propósito de este, a mi gusto, escandaloso escandalo:
Las bibliotecas públicas no son templos sagrados al servicio de un culto sancionado por el campo cultural; son espacios de encuentro de la comunidad al que se tiene todo el derecho a ingresar, ya sea por la biografía de una célebre estrella o para disfrutar la colección completa de Condorito, pero donde se puede terminar también siguiendo un hilo que lleve a José Miguel Varas, Sándor Márai e Irène Némirovsky, sólo por nombrar pasajes por los que el laberinto sigue avanzando a través de alternativas en constante renovación y, por lo tanto, infinitas.
Biblioteca de Santiago, Sala Juvenil
Efectivamente, las bibliotecas no son templos sagrados y la ardua tarea de seleccionar y adquirir –si no me creen lo de ardua vuelvan a leer desde el principio– se limita a dos preguntas esenciales: ¿quién dice qué es bueno para quién? y ¿quién define los contenidos de una biblioteca y con base en qué?
En lo personal no me cabe la menor duda al respecto, los usuarios son los que definen con base en sus necesidades los contenidos de sus bibliotecas; por otro lado, todo bibliotecario que se precie de serlo tiene la responsabilidad ineludible e inalterable de satisfacer dichas necesidades.
Pues bien señoras y señores “conocedores”, intelectuales y grandes pensadores, les informo que lo que entra en una biblioteca no lo definen ustedes, sino los usuarios, el bibliotecario es el responsable de concentrar, interpretar dichas necesidades y satisfacerlas. Vamos, que la opinión que tengo sobre la calidad literaria de 50 sombras de Grey no me da ningún derecho a decir que no se ofrecerá en la biblioteca o a cuestionar su existencia en la misma como ya ha ocurrido en países “civilizados”, de hecho, si me dejo llevar por estos prejuicios no sólo estoy negando el acceso, sino también censurando contenidos y eso sí va en contra del manifiesto de la Unesco y más grave aún, de la ética bibliotecaria.
Así que vamos desgarrándonos menos las vestiduras y entendiendo más la función de una biblioteca pública; vamos juzgando menos lo que los usuarios quieren leer y mejor propiciemos esos encuentros con la lectura y la biblioteca.
Querido lector, lectora, ruego no se confunda ya que esta entrega del glosario bibliotecológico nada tiene que ver con libros de autoayuda sobre desórdenes alimenticios o con la grandeza de la lectura, y aunque sí tiene que ver con lectura, no tiene que ver con lectura en el sentido que generalmente se maneja en este blog, es decir, sí, pero no, pero sí.
En fin, para evitar más desvaríos y digresiones les explico, este post tiene que ver con el bonito y apasionante arte de la tipografía y al hablar de la letra, por ende, debiera tener mucho que ver con nuestro quehacer bibliotecario, digo, al menos para tener tema de conversación, ¡je!
Comencemos:
Resulta pues que en la vieja tradición tipográfica –mucho antes del siglo XX y de la llegada de las computadoras con sus trucos para utilizar distintas fuentes e incluso cambiar los tamaños de las mismas–, cada uno e estos tamaños recibía un nombre relacionado con el uso que se les daba en diferentes texto, por ejemplo, el tamaño óptimo para un diario, tenía un nombre específico que era muy distinto del utilizado para un folletín. Así, durante siglos los tipógrafos hablaban de nomparela, miñona, filosofía, breviaro, atanasia, burguesa, misal y un amplio y poético etcétera.
Y es así que llegamos a la Lectura Gorda y a la Lectura Chica que, como podrá imaginar eran los nombres de los tamaños utilizados para leer libros. Pero el origen de estos cuerpos resulta harto interesantes: en 1476 (¡cuando la imprenta se encontraba en pañales!) las Epistolæ ad familiares de Cicerón fue impresa en Subiaco (pueblo de Roma) por dos alemanes Sweynheym y Pannartz utilizando estos tamaños, equivalentes a los cuerpos 11 y 12 actuales. Si bien es cierto que 11 y 12 puntos para la época eran tamaños muy difíciles de tallar por lo pequeño, lo cierto es que resultaban legibles y permitían además un mayor rendimiento (más texto en menos páginas), por lo cual pronto encontraron sus fervientes partidarios y, con el paso del tiempo la Lectura Chica y la Lectura Gorda se afianzaron como los tamaños destinados a la lectura de libros, antes dominada por “letrotas.” Por cierto, que la Lectura Gorda también era conocida como Cícero o simplemente Lectura.
Una de las grandes pérdidas de la tipografía, en cierta medida debido a la llegada de las computadoras, fue que estos nombres tan poéticos que designaban a los distintos tamaños comenzaron a identificarse con medidas, conocidas como puntos o “cuerpo”: cuerpo 11, cuerpo 12, etc. Aunque, en honor a la verdad, las computadoras no son las totales responsables de este cambio de nombre. Al menos durante dos siglos los impresores intentaron llegar a un estándar en los tamaños, que aunque tenían sus nombres poéticos y reconocidos por todos, no siempre coincidían, lo cual resultaba todo un problema si se importaban tipos de un país a otro.
Fue hasta principios del siglo XIX que el impresor francés Firmin Didot se dio a la tarea de estandarizar los diferentes tipos móviles utilizados en Europa. De hecho, a Didot se le conoce como el creador de las familias tipográficas modernas, pero también es reconocido por dar su nombre a dos medidas ampliamente utilizadas en la actualidad: el punto Didot y la Pica, ésta última conocida en español como Lectura Gorda.
Ya para finalizar con algunas relaciones interesantes: la Lectura Gorda en inglés se conocía como Pica o Cícero, nombre utilizado también en alemán, francés y en algunos casos en español; a la Pica se le llamaba Mediaan en Holandés y Lettura en italiano. La Lectura chica, por su parte, se conocía como Small Pica en inglés, Philosophie en francés, Brevier en alemán, Descencian en Holandés y Filosofia en italiano.
* Imagen tomada de Lectura: el diseño de una familia tipográfica. Imagen original de Manuel typographique de Fournier (1764).
Fuente:
BUEN UNNA, Jorge ; Garone Gravier, Marina y Vázquez Conde, Leonardo. Lectura: el diseño de una familia tipográfica. México : Artes de México, 2011.
UNGER, Gerdard. ¿Qué ocurre mientras lees? : tipografía y legibilidad. España : Campgrafic, 2009.
Orgullo y prejuicio de Jane Austen, 1984 de George Orwell, Alicia en el país de las maravillasde Lewis Carroll, Fahrenheit 451 de Bradbury son tan sólo algunos de los títulos que conforman la selección exclusiva de los 100 libros que debemos leer en la vida, según Amazon.
Sara Nelson, directora editorial de libros impresos y libros kindle en Amazon dijo a propósito de esta lista:
Con los 100 libros que debemos leer en la vida, nos propusimos construir un mapa literario que no se sintiera como un deber.
Esta lista fue publicada el día de hoy y en ella se incluyen todo tipo de géneros literarios: ficción, no ficción, literatura infantil y juvenil; así que podemos hablar de una lista más o menos democrática que no excluye ni el género, ni la época.
De esta manera vemos que obras ya clásicas de la literatura infantil como es Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll conviven con libros tan recientes como Harry Potter y la piedra filosofal de J. K. Rowling, Los juegos del hambre de Suzanne Collins o El diario de Greg de Jeff Kinney, cuyos orígenes se remontan a un blog exitoso que después se convertiría en una serie de libros no menos exitosos, publicado el número 1 por vez primera en 2007.
Otra inclusión es La ladrona de libros de Markus Zusak, tan de moda últimamente gracias a la película del mismo nombre y publicada originalmente en 2005 –que he de confesar no he leído, ni visto, convirtiéndose así en uno de los muchos pendientes de esta lista–.
Entre los clásicos que no pueden faltar están Grandes esperanzas de Charles Dickens, A sangre fría de Truman Capote, Lolita de Vladimir Nabokov y El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald.
En lo personal la gran sorpresa, o mejor dicho, la gran decepción, fue la ausencia casi total de literatura latinoamericana, representada únicamente por Gabriel García Márquez y no precisamente con 100 años de soledad como cualquiera (según yo) podría esperar, sino con El amor en los tiempos del cólera, considerada en la lista como “una obra maestra de latinoamérica.”Acá entre nos, me hubiera gustado ver Andamios de Benedetti o Pedro Páramo de Juan Rulfo.
En fin, por más incluyentes que pretendan ser las lista, por defecto son justamente lo contrario; así que supongo que, al igual que yo, se quedarán con ganas de intercambiar algunos títulos en la de Amazon. Y para eso, en la misma lista aparece un link a Goodreads con los libros seleccionados por los editores de Amazon y en donde los usuarios pueden votar y/o botar alguna obra en favor de otra.