Cada vez estoy más convencida que el amor por el libro es algo que no terminará nunca, ni el amor o culto por el libro-objeto y mucho menos el amor por el libro-contenido. No es de extrañar que Pinterest, la red social de más reciente creación y que está gozando de gran aceptación, tenga entre sus principales categorías una dedicada a los libros. Tumblr es otra red donde varios de sus usuarios acostumbran circular imágenes (además de gatitos, perritos y demás monadas de animales) relacionadas precisamente con el mundo del libro y el culto al libro-objeto.
No se si esto se deba al viejo y conocido amor por el libro-objeto, a que los más jóvenes comienzan a ver al libro impreso como una curiosidad retro (recordemos la fama que tiene hoy en día Instagram y sus filtros emulando film o polaroid), a un intento por rescatar (en una guerra sin sentido y llena de nostalgia) al libro impreso de “las garras” del libro electrónico y hacerlo visible en un mundo donde cada vez impera más la tecnología y la pantalla, o no se si esto se deba a que simplemente agrego a contactos relacionados con el mundo del libro y por eso me llegan más ilustraciones, imágenes y fotografías sobre el libro-objeto-contenido y por ello, me da la impresión de que este culto está más vivo que nunca.
En fin, toda esta digresión porque recientemente me encuentro con Books on books, una serie de ilustraciones del artista británico Jonathan Wolstenholme cuyo protagonista principal son los libros descritos por los mismos libros. De hecho, Wolstenholme se ha caracterizado por su trabajo enfocado al amor por el libro; aunque todas me han gustado, mis preferidas son Cross references, Books on books y Pulling strings.
Crime writer
Una serie de 15 ilustraciones que no se pueden perder, las encuentran en Artfinder y, quién sabe, quizá hasta se lleven una a casa, según veo, distribuyen a varios países incluido México; así que, qué mejor manera de rendir culto al libro y de homenajear el trabajo de este ilustrador que con un Libro en Libro colgando en nuestra pared.
Pues eso, que cualquier cosa puede ser un buen pretexto para hablar de lectura, aunque dudo que el “Lee” de este bar se refiera precisamente al acto de leer. En fin, quizá este letrero sirva a algunos como mensaje subliminal, así que no está de más ponerlo en este espacio.
Entre las principales ventajas que se mencionan al momento de hablar de e-books está la que se refiere a la lectura social; sin embargo, conviene detenernos un poco a analizar a qué nos referimos exactamente con lectura social.
La lectura social, al menos en el contexto del siglo XXI y, específicamente, en el uso de las redes sociales, es aquella que nos permite gracias a las diversas aplicaciones de lectura y las mismas redes sociales, compartir lo que estamos leyendo, nuestras notas, nuestros subrayados, opiniones y saber qué lecturas están haciendo nuestros distintos contactos.
No es raro que empresas que actualmente están apostando todo a la lectura, presenten alternativas sociales para acaparar clientes cautivos que de otra forma sería impensable que se conviertan en compradores de libros y, de una manera más noble en lectores; Kobo con sus premios y la posibilidad de conectarte a Facebook y Twitter; Goodreads, con revisiones y calificaciones de los lectores; Amazon y su red social Amazon Kindle, Readum, son algunos ejemplos representativos de lectura social, aunque no los únicos. Tampoco es raro que hoy en día se afirme que gracias a los distintos dispositivos de lectura, así como las redes sociales más gente y, especialmente los más jóvenes estén leyendo; la lectura social se convierte pues, en un importante empujón a la hora de leer.
Pero algo que quizá se esté perdiendo de vista con la llamada lectura social es que estamos compartiendo información personal. Esto no es una amenaza exclusiva de la lectura, conforme nos conectamos a diferentes redes sociales, en muchas ocasiones y si no ponemos atención es imposible mantenernos “cerrados”, a veces compartimos de más sin querer o sin darnos cuenta: dónde estamos, qué compramos, qué leemos, qué nos gusta, ideología política, etc.; en el caso específico de la lectura, no poner “candados” permite a nuestros contactos lectores saber qué leemos, pero también a las empresas le permite conocer nuestro historial de navegación, qué compramos, dónde compramos, etc.; toda esta información que vamos dejando regada en la red hace posible que dichas empresas elaboren un perfil de usuario, que hace posible a su vez, ofrecernos servicios y también recomendaciones.
Y es aquí donde surge precisamente la interrogante: a pesar de que socializamos todo o casi todo, ¿la lectura debería ser también social?
Esta pregunta ya se ha hecho en otras ocasiones, Should reading be social? es sólo uno de los tantos artículos donde ya comienza a tratarse este asunto, por otro lado he leído en varias ocasiones a varios de mis contactos en distintas redes sociales decir que no disfrutan tanto de la lectura social; la gran mayoría de mis contactos en Kobo tienen con candado su cuenta, así que es nulo lo que comparten en dicha red.
Entonces, volvemos a la misma pregunta, ¿debería ser social la lectura?
Desde el punto del vista de la “era de las redes sociales” y a pesar de que esta se abandera como una gran ventaja a favor de la lectura, los más reticentes y nostálgicos quizá respondan un tajante “no”. Pero, y aquí es donde debemos prestar atención, no debemos olvidar que la lectura siempre ha sido una acción individual (en la mayoría de los casos) que tiende a socializarse.
Me explico: la forma más común de lectura social sin la intervención de las redes sociales se realiza cuando leemos un libro y hablamos de él, lo recomendamos y en el caso de los lectores más nobles, prestamos los libros que nos emocionaron para que nuestros amigos también tengan la oportunidad de leerlo.
Pero la lectura social va más allá: antiguamente muchos círculos de lectores existían gracias al correo, Howard Phillips Lovecraft y su círculo de lectores existía gracias a las cartas que se enviaban entre ellos, muchos de los cuentos de la literatura lovecraftiana fue posible gracias a este círculo de lectores entre los que se encontraba Robert Bloch, Robert E. Howard, entre otros. ¿Y qué me dicen de los círculos de lectores actuales? La gente se reúne a leer libros y compartir sus impresiones; los talleres de cuenta cuentos también son otra forma muy común de socializar la lectura y animar a la gente a leer. Las ferias del libro son otra manera de reunirnos para hablar de libros; finalmente, las bibliotecas no pueden faltar a la hora de hablar de lectura social, prestan libros y los recomiendan también hacen buena parte de su trabajo gracias a la lectura social.
La lectura es y siempre ha sido social; aunque en la mayoría de las ocasiones la lectura es un acto en solitario, siempre terminamos compartiendo nuestras impresiones y libros. Así que preguntar si debemos o socializarla sobra, la pregunta correcta es entonces, ¿deberíamos compartir la lectura a través de las redes sociales? o, para ser más exactos, ¿qué tanto es conveniente compartir a través de las redes sociales, no sólo de lectura, sino de redes sociales en general?
Imagina un mundo en el que, sin prohibiciones de por medio, sin perseguidos (al menos en un principio), todo aquel que lee muere inmediatamente; pero no sólo lo que leen libros, recordemos que existen múltiples lecturas; así que se acaban todo tipo de mensajes, desde lo aparecidos en lo libros, pasando por revistas, noticias, publicidad y hasta acabar con todo. Un mundo ideal para muchos gobiernos, ¿qué pasaría si volvemos a leer?
En este mismo tema de los peligros de la lectura, justo ayer veía a una señora leer mientras caminaba por la calle, este creo, es el único peligro real de leer.
Nada más que decir, una hermosa animación sobre lo que nos dan los libros. Un mensaje más convincente que “Leer es bueno.” Seguramente muchos ya lo conocían, pero no puedo evitar colgarlo acá.
Olvidémonos, de momento, de los clásicos: a los clásicos se llega, no se parte de ellos. Sólo los genios y los orates comienzan sus andaduras literarias con El Quijote y el Ulysses. Antonio Ortuño, El mundo alucinante.