En México acabamos de pasar por un proceso democrático sin precedentes en nuestra historia impensable hace una década o en el siglo pasado. Este proceso, sin embargo, se caracterizó por la difusión de fake news que buscaron en todo momento desinformar, generar incertidumbre y miedo en los electores, y con ello influir en la toma de decisiones para un país.
Las fake news no han sido algo exclusivo de este proceso, nos enfrentamos a ellas desde hace ya bastante tiempo y, muy seguramente, nos seguiremos enfrentando a ellas en la administración venidera, de hecho, se han seguido viralizado noticias falsas aún después de finalizado el proceso electoral y aún cuando faltan varios meses para que entre en funciones el nuevo gobierno.
Lo anterior es a nivel nacional, infortunadamente las noticias falsas no son exclusivas de un país, se leen, ven, escuchan y repiten todos los días en todas partes del mundo. En la sección Bibliotecnología del programa de radio El Sonido de las Páginas, en la transmisión del 15 de junio pasado, hablábamos precisamente sobre este tema y el papel del bibliotecario frente a las fake news porque, curiosamente, como gremio hemos sido muy pasivos frente a la difusión de noticias falsas en este periodo electoral.
Pero, antes de atisbar siquiera nuestro rol debemos plantearnos, ¿por qué es importante dimensionar el impacto de las fake news en el acontecer diario?
De acuerdo con un estudio publicado en 2016, los estudiantes de secundaria, preparatoria y universidad en Estados Unidos son propensos a ser engañados con información falsa porque no tienen la habilidad para evaluar las distintas fuentes. Pero esto va más allá de que reprueben a un estudiante en una materia o que haga una tesis con información falsa (que eso ya es bastante grave), lo realmente preocupante de las fake news y en lo que debemos prestar especial atención es que, no sólo estudiantes sino la población en general no sabe identificar los sesgos en la información, es decir, todos esos sitios donde hay “verdades a medias” muy convenientes. En este proceso electoral eran cosa de todos los días, no sólo noticias falsas, sino noticias con cierto sesgo o donde se decían cosas “reales” pero no completas, el clásico “sacar de contexto” una nota.
No debemos tomar a las fake news como un mal necesario del uso de internet, tanto la desinformación como la información juegan un papel importante en la toma decisiones; entonces es aquí donde debemos plantearnos, ¿cuál es o debería ser el papel del bibliotecario frente a las fake news?
Como se menciona en el artículo Beyond Fake News publicado por la revista American Libraries, las y los bibliotecarios históricamente hemos utilizado checklists como el Test CRAAP (Currency o Actualidad; Relevance, Relevancia; Authority, Autoridad; Accuracy, Exactitud; Purpose, Propósito) o el RADCAB (Relevancy, Relevancia; Appropriateness, Oportunidad; Detail, Detalle de la información; Currency, Actualidad; Authority, Autoridad y Bias, Sesgo o Tendencia) para evaluar y ayudar a los usuarios a evaluar recursos de información, aunque también recientemente en Facebook y Twitter se estuvo difundiendo mucho una infografía elaborada precisamente por la IFLA para ayudarnos a reconocer una noticia falsa, y en la que no puede faltar el bibliotecario como parte importante en este proceso.
Las tres anteriores son herramientas muy útiles, aunque creo que la de la IFLA es particularmente clara. Sin embargo, como también recomienda Michael Caulfield, es tiempo de comenzar a leer lateralmente, es decir, no sólo leer la fuente original, sino también leer el Acerca (About) del sitio donde reside la información y corroborar los datos que proporcionan en esa sección, por ejemplo, si en el Acerca se menciona que es una agencia que trabaja para determinado medio, entonces nos tocar ir a verificar a ese medio al que se hace mención para saber si efectivamente hay relación entre ambos.
Entonces, ¿cuál es el papel del bibliotecario frente a las fake news?
Es decir, ya no basta con que el bibliotecario guíe y apoye con el test CRAAP o RADCAB para evaluar recursos de información, la tarea ahora se vuelve titánica si consideramos que dichos recursos y fuentes a evaluar ya no son necesariamente o exclusivamente los tradicionales (como es el caso de índices de citas, bases de datos, libros o revistas especializadas). El bibliotecario ahora debe replantearse la forma en que desde la profesión está estamos verificando nuestras fuentes, pero también tiene la enorme responsabilidad de ayudar al usuario a determinar el sesgo de la fuente consultada porque, como lo dije al inicio de este post, de la veracidad y sesgo de la información consultada no sólo depende un trabajo académico, ahí se puede jugar el futuro de una comunidad o un país.
Así que toca al bibliotecario abordar y concientizar sobre este tema ya sea con la impartición de talleres, elaboración de tutoriales, discusiones en blogs y podcast de bibliotecas, elaboración de infografías, guiar al usuario durante su proceso de búsqueda… ¿qué otras se les ocurren?