Analfabetas de retorno somos, incluso, los profesionistas, los egresados de posgrados nacionales, que tenemos dificultades para redactar, que evitamos como la plaga la consulta de diccionarios y enciclopedias, o que confiamos en que los planes y programas de estudio bajo los que fuimos formados son suficientes y nos brindan las capacidades necesarias para hacer frente al mundo actual, o los que piensan que es posible prescindir del uso de las computadoras y las redes informáticas.
Los intereses de lectura de los alumnos que llegan a la escuela son nuestra oportunidad, pero los intereses con los que salen son nuestra responsabilidad.
Margie lo anotó esa noche en el diario. En la página del 17 de mayo de 2157 escribió: ¡Hoy Tommy se ha encontrado un libro de verdad!
Era un libro muy viejo. El abuelo de Margie contó una vez que, cuando él era pequeño, su abuelo le había contado que hubo una época en que los cuentos siempre estaban impresos en papel.
Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo ver que las palabras se quedaban quietas en vez de desplazarse por la pantalla. Y cuando volvías a la página anterior, contenía las mismas palabras que cuando las leías la primera vez.
Grande, pequeña o reducida a la memoria de uno solo, una biblioteca es siempre algo bueno para un lector . Una biblioteca hace una diferencia. – Graciela Montes
Pero el punto crítico está en comunicar más eficientemente… En explicar historias más que en dar datos. En sintonizar lo que quieres comunicar con el momento de atención del receptor; o sea, en saber cuándo éste está en el mejor estado de ánimo para poder digerir (metabolizar) la información que se le da. Presentar la información en una dieta informacional que sea útil y emocionante (es información lo que sorprende, no lo que ya sabemos). Porque la información que llega sin criterio y sin pasión es ruido. Y el ruido molesta.
– José Juan Fernández García. Más allá de google.
Un libro no tiene un solo autor sino múltiples autores, pues a quien lo escribió se suman con pleno derecho en el acto creador todos los que lo han leído, lo están leyendo o habrán de leerlo. Un libro ya escrito pero no leído aún, carece de existencia plena…
Michel Tournier
Hace algunos años y antes que definiera mi profesión bibliotecológica, me topé con la lectura “Los libros y la vida diaria” del narrador y editor mexicano Rafael Pérez Gay. Tengo muy claro cómo llegó hasta mi esa fotocopia, aunque no estoy segura del origen del escrito, por lo que no les puedo dar más datos. En su momento me impactó la manera en la que Pérez Gay habló de su cotidianidad entre libros y ahora, a la distancia vuelvo a esta lectura intentando quizá hacer una similitud de mi cotidianeidad libraria. Por tal motivo no puedo dejar pasar la oportunidad de compartirles un extracto, espero lo disfruten tanto como yo.
LOS LIBROS Y LA VIDA DIARIA
De los libros, esas extensiones de la memoria y la imaginación, como los definió Borges, desprendo historias que no puedo separar de la vida diaria.
Si esto fuera un relato, tendría que empezar por el tiempo en que llevé conmigo uno o varios libros que nunca leí, por el simple gusto de cargarlos, como si el contenido me fuera transmitido por absorción natural o por una ósmosis literaria intempestiva y feliz. Por desgracia ninguno de estos libros que llevé bajo el brazo me fue transmitido por medio de la magia de una operación biológica, pero me acostumbré a ellos y empezaron a formar parte de mi vida, de la misma forma en que se enquista una voluntad secreta o un anhelo indomable del alma.
Por culpa de los libros hice cosas inenarrables, como por ejemplo robar, enamorarme, reprobar siete materias seguidas en la universidad, llegar tarde a todos lados, sentirme personaje de alguna historia caída de un libro a la vida real y hasta encontrar trabajos que se tratan precisamente de eso, de hacer libros de otros, es decir, editar…
…Cuento todo esto porque en el centro de esos días brillantes de los veintitantos estaban también los libros. Como les será fácil suponer ninguno obtuvo el grado de licenciado en Letras. Después de mucho tiempo he fabricado una versión para esos años de desventura académica: ingresamos a una carrera de letras en donde, se supone, los libros son centrales y, tiempo después descubrimos que no lo eran tanto; se trataba de otra cosa que tenía que ver con créditos, fechas, análisis, pero no con los libros, los libros estaban en otra parte. Y fuimos a buscarlos.
Los libros estaban en la cama, por ejemplo. Siempre que pienso en una cama pienso en mujeres y en libros. Por esta simple razón descubrí que los libros están mucho más cerca de las camas que de las univeridades. Esto lo supe con certidumbre porque leí hasta el cansancio Los gatos lo sabrán, el hermoso poema de Pavese que no quise o no pude entenderle a Anunziatta. Tiempo después llegué incluso a leer a Ronsard, el francés del siglo XVI que Montaigne disfrazado de la arrogancia del Profesor Cheymol nos impuso como un dolor o un padecimiento ineluctable. También me acerqué a Roland Barthes y, en especial a su ensayo Racine, que años atrás tampoco pude o supe leer.
También los baños están más cerca de los libros que las universidades. Leí novelas por entregas en el baño. Una entrega cada vez. Este vicio reprochable lo adquirí a temprana edad y como todo lo que se aprende de muy joven, no me ha abandonado. Hoy no concibo una entrada al baño sin un libro. Esta operación tiene para mi una magia especial: sale uno más ligero, pero a la vez, más nutrido por el pasaje que hemos leído. En el baño leí un poema de Gustavo Cobo Borda que me parece un gran homenaje a los libros. El poema dice así:
Mientras mis amigos, honestos a más no poder, derribaban dictaduras, organizaban revoluciones y pasaban, el cuerpo destrozado, a formar parte de la banal historia latinoamericana yo leía malos libros. Mientras mis amigas, las más bellas se evaporaban delante de quien, indeciso, apenas si alcanzaba a decirles la mucha falta que hacen, yo continuaba leyendo malos libros. Ahora lo comprendo: en aquellos malos libros había amores más locos, guerras más justas, todo aquello que algún día habrá de redimir tantas causas vacías.
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