
Los listados de libros son una categoría interesante de analizar, ya saben, “Los xx libros sobre xx tema que debes leer”, “Los 100 que debes de leer antes de morir” y similares que buscan englobar en un número finito el todo de un artefacto que ha contenido la historia y pasiones humanas de todos los tiempos, los libros.
En mi andar como lectora me he encontrado listados de los libros más vendidos, los más leídos, los que todo bibliotecario debería leer, los listados top que se publican al final de cada año y muchos otros. Sin embargo, llaman poderosamente mi atención los listados de libros que ya no existen pues nos hablan sobre aquellos libros que desaparecieron de la faz de la tierra, representando una gran perdida para la humanidad. Sobre estos hay un libro muy interesante, La biblioteca de los libros perdidos (2007), donde Stuart Kelly nos habla sobre obras perdidas de autores de todos los tiempos: Shakespeare, Heracles, Aristófanes y tantos otros.
Una variante de las listas de libros que no existen son aquellas que nos hablan no de libros que desaparecieron en algún momento de la historia, sino de aquellos que nunca existieron. Sobre estos, Augusto Rodríguez se plantea en La biblioteca de los libros no escritos (2021), muchas preguntas de aquellos libros que pudieron ser, pero que nunca se materializaron, aquellos que se quedaron en el cajón del escritor, aquellos que fueron destruidos por el escritor incluso antes de llevarlos a la editorial, aquellos que siempre rondaron la cabeza de un escritor pero nunca pudo escribirlos o aquellos que no aceptaron las editoriales.
Desde luego, sobre estos últimos libros se establece un pacto de ficción donde el escritor advierte al lector y el lector acepta el juego de plantearse las mismas preguntas que el escritor. Pero, ¿qué pasa cuando nos presentan listas de libros que no existen sin advertirnos que no se trata de una mera invención y, por el contrario, se presentan como listados de libros reales?
Menciono lo anterior porque en estos días ha corrido como reguero de pólvora el caso de la ya tradicional lista de lecturas para el verano que todos los años publica el prestigioso Chicago Sun-Times, y que en esta ocasión diez de los quince títulos propuestos no existen, como es el caso de Temporada de huracanes de Britt Bennett o Migrations de Maggie O’Farrell. Lo más interesante de la nota: se explica a los lectores por qué disfrutarán estos libros.
¿Qué paso aquí?
Como muchos podrán imaginar, se utilizó Inteligencia Artificial para elaborar (inventar) este listado, la nota se publicó en formato impreso y digital sin ser verificada; dejándonos con ello un montón de reflexiones sobre el uso de la IA, sobre el periodismo, sobre la información:
Lo primero que me viene a la mente es la gravedad de recomendar libros que no fueron leídos ni evaluados por sus columnistas, porque resultó más fácil pedirle a la IA que les hicieran la tarea. Pero si lo pensamos un poco más, no es algo tan nuevo ni exclusivo del uso de estas herramientas. Recuerdo que hace algunos años un colega publicó un post recomendando libros infantiles, aclarando que no los había leído.
En ese entonces no acudió a ChatGPT pero sí a Google, y aunque se agradece la honestidad me parece igual de irresponsable e irrespetuoso hacia el lector recomendarle algo que no conoces de primera mano, algo que no leíste, que no analizaste y no evaluaste. Cómo puedes validar los títulos que te arrojó el motor de búsqueda sin conocerlos.
Pero volviendo al Chicago Sun-Times, ¿el que un medio periodistico de prestigio acudiera a una IA generativa para que les hiciera la tarea es el único error? No. La cosa se agrava cuando vemos que no sólo usaron IA generativa para “recomendar” libros para el verano, sino que quien lo escribió no lo verificó y lo editores lo publicaron también sin verificar.
Para minimizar la serie de eventos desafortunados y la ola de críticas hacia esta nota y el medio, hace unos días el Chicago Sun-Times tuvo que salir a dar la cara confirmando el uso de la IA y achacando a un columnista freelance el problema. Desde luego, también tuvo que admitir el error editorial de no verificar la información antes de publicarla.
Además, como parte de su “control de daños” se menciona que la nota será eliminada de la versión digital, porque eliminar la edición impresa es, desde luego, imposible. Y qué bueno que así sea, pues quedará como ejemplo para otros medios y para estudiantes de periodismo.
Pero aún hay más para la reflexión. Una de las máximas de las y los bibliotecarios sobre la búsqueda de información es la verificación en medios confiables, muchos de ellos diarios. ¿Qué pasa cuando esos medios tradicionales ya no son lo confiables que antes eran o creíamos que eran?
Hace años, cuando el otrora Twitter (actual X) era una red social de importancia, muchos periódicos y noticieros en radio y televisión acudían a esta red social para obtener de los trending topics las notas que nutrían sus emisiones diarias. En más de una ocasión algún diario hizo el ridículo al no verificar las notas y caer ante memes o bromas de distintos usuarios de esta red.
Lo anterior también me trae a la mente la nota Nadie lee nada donde Leticia Martin denunciaba en su columna semanal para el diario Perfil la falta de pago por su colaboración, evidenciando a su vez la precarización laboral que viven escritores y periodistas. Desde luego, cuando el diario publicó sin revisar la nota, Martin demostró su punto de forma magistral. Nadie leyó nada, no hubo una revisión editorial, al diario no le preocupa su colaboradora y tampoco sus lectores.
Hacia dónde vamos
Lo más preocupante sobre el Chicago Sun-Times y su lista de libros que no existen, sobre el caso del post de recomendación de libros infantiles que no fueron leídos, o sobre el caso del artículo de denuncia publicado en Perfil sin antes revisarlo, es que nos están demostrando que los medios tradicionales que se deben caracterizar por el rigor en la investigación, están cayendo en errores que podríamos pensar de forma muy prejuiciosa sólo los comenten las generaciones más jóvenes que no quieren o no saben cómo discriminar información.
Nadie está leyendo nada, nadie está verificando nada y así seguimos entrenando a las IAs generativas con datos falsos, con datos sesgados y que son complacientes con lo que el usuario quiere oír, ver, leer y publicar de manera sencilla para que llegue a todos lo más rápido posible. Como señala Martin:
“Se viralizó. ¡Conseguiste tu objetivo!”. Vivimos en una sociedad de logros medidos a partir de un término médico. Lo que identifica al éxito es la capacidad de contagio: que algo se difunda con gran rapidez en las redes.
Aunque eso que se publique sea un invento y sobre esos inventos sigamos dando vueltas.