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3 Comments

  1. Luisa
    26 febrero, 2014 @ 2:41

    Completamente de acuerdo contigo. Has sabido explicar con palabras precisas lo que ocurre en las bibliotecas públicas y el tipo de censura que algunos pretenden imponer en la selección de fondos, sin darse cuenta de que nos debemos a nuestros usuarios y son ellos los que deben decirnos qué quieren leer. ¿No queremos fomentar la lectura? Pues que lean lo que les guste. Nosotros proponemos, pero son ellos los que eligen.

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  2. Yéssica Peña
    27 febrero, 2014 @ 19:13

    Me encanta la manera en que defiende al usuario real, al de carne y hueso, al común y corriente. Se puede vivir sin leer, muchos ya lo hacen, así que lean lo que quieran,lo importante es el disfrute, el reto es para el biblitecario, traducir las necesidades de ellos. Te invito a leer mi post en Infotecarios “De bibliotecarios y otros demonios”.

    Que gusto leerte.

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  3. Edgar Chávez García
    2 septiembre, 2021 @ 19:07

    Claro, los usuarios tendrán la última palabra. Pero así como “los materiales deben reflejar las tendencias actuales y la evolución de la sociedad”, también deben reflejar “la memoria del esfuerzo y la imaginación de la humanidad”. Y esto último es esa parte molesta contra la que, por lo visto, se habla aquí. Si la biblioteca “propicia el encuentro con la lectura” tendrá que ofrecer de todo, no solamente lo que el usuario quiera. Se corre el riesgo, del mismo modo que ocurre con Google. de generarse la famosa cámara de eco: la realidad es únicamente lo que el usuario quiere ver.

    A propósito de cierto artículo que cierta colega publicó en cierta revista, en el que se insinuaba como “sesgo ideológico” la adquisición en las bibliotecas de ciertos libros como El capital o El libro rojo (sin el estudio que respalde siquiera la presencia de esos libros en la RNBP, por cierto), recuerdo una película que es, quizás, la mejor que se ha hecho sobre la función social del bibliotecario y la biblioteca: Storm Center. Todo el conflicto empieza porque el personaje de Bette Davis se rehusó a quitar de los estantes un libro que ni siquiera era de estos ya mencionados y “queman” con el sólo nombrarlos, sino uno escrito sobre esos asuntos por un autor estadounidense. Las autoridades y el sector privado presionaron a la bibliotecaria hasta ser renunciada, y la consecuencia de ello fue la destrucción de toda la biblioteca.

    Hoy, por supuesto, ése y todos los demás libros “viejos” sí serían retirados sin chistar y la biblioteca que Bette Davis defendió con ahínco, se dedicaría ahora a ofrecer “lo que el usuario quiera”. Porque parece que la “censura” es de un solo lado. Pero creo que si algo queda bastante claro (y con una película varias décadas anterior al Manifiesto de la UNESCO, además) es lo mismo que ya había comentado antes en el blog: las bibliotecas no serán “templos del saber”, pero tampoco son librerías ni puestos de revistas.

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