Libros que cambian la vida

Libros que cambian la vida

El día de ayer Augusto Rubio Acosta (@mareacultural en twitter) preguntaba ¿qué libro nos cambió la existencia? Y sí, aunque resulte complicado, hay libros que cambian la vida.

En mi caso fue un cuento que aparecía en el libro de lecturas de 2o o 3o de primaria que se llamaba Dedos de luna, las ilustraciones en el libro tenían un dejo de nostalgia que iban muy de la mano con el cuento. No se si cambió mi vida o hasta qué punto lo hizo, pero que aún lo recuerde debe significar algo. Aquí se los comparto:

Toño vivía en Guerrero y trabajaba con su abuelo, don Gregorio, que era la persona más tierna que conocía. Más tierno que la hierba mecida por el viento y que las palomas que se arrullaban en el camino.Don Gregorio hacía las máscaras que se utilizaban para la danza de la cosecha: retratos esmaltados y brillantes, diablos de ojos penetrantes, reyes, murciélagos o sapos, monstruos de ojos vacíos. Las hacía en zompantle, que es una madera seca y ligera.

– Una máscara no debe ser una carga—decía el abuelo—, sino parte de la cara: ligerita como un velo para que hasta los pies se sientan livianos cuando bailen por el cambio de estación.

Un día, escuchando a su abuelo, Toño se quedó mirándole las manos. Eran unas manos maravillosas, morenas, bordadas de arrugas y gruesas venas. No eran grandes, sino largas y fuertes, de uñas anchas y planas, rematadas por lunas blancas.

– Abuelito—dijo Toño—, tienes lunas en los dedos, ¡mira qué grandes y blancas! – Sí—dijo el abuelo: sus ojos oscuros chispearon con humor—tengo dedos de luna. –¡Dedos de luna!, ¡dedos de luna!—Toño se reía y bailaba con una máscara a medio terminar.

A veces, mientras trabajaban, don Gregorio le contaba las historias de danzas que tanto le gustaban al niño. También paseaban y se reían juntos.

Un día, don Gregorio colgó lentamente una máscara en la pared, que relucía con el reflejo del sol poniente. Era la cara de un anciano.

– Creo que ésta será la última máscara—dijo—Cuando me vaya, tú vas a hacer las máscara. – No, no te irás, abuelo—dijo toño- Te quedarás conmigo para enseñarme a tallar y a pintar. – Pero no siempre—dijo el anciano.

Una noche, días después, apareció en el cielo una media luna. Un tecolote cantaba. Y don Gregorio murió. Toño no podía creer que su abuelo se hubiera ido. Sentía dentro de él una soledad desconocida. Un día, Toño caminó con desgano hacia el taller. El olor a pintura y madera lo saludó y las lágrimas llenaron sus ojos. Pensó en los dedos de luna. ¡Cómo le hubiera gustado acariciarlos!

Vio las máscaras de la pared. Miradas fijas, vacías, insolentes, y las odió. Las odiaba a todas. Quería olvidarlo todo. Y con golpes feroces arremetió contra las máscaras, enchuecando algunas y quebrando otras. La máscara del anciano lo miraba con malicia. Toño la tiró al suelo. La cara quedó herida.

– Yo también lo quería—susurró alguien en el silencio. Toño volteó lentamente. Era su madre. – No es justo—dijo Toño—, teníamos tanto qué hacer juntos. Me iba a enseñar. – Nunca estamos preparados para perder lo que queremos—lo interrumpió su mamá—. ¿No fue una alegría tener un abuelo como el tuyo, un hombre cariñoso que hizo cosas bellas? ¿No fue un gusto aprender de él?, ¡ver el mundo a través de su bondad? No te enojes por lo que no puedes cambiar—añadió la madre—. Tu abuelo se ha ido, pero tenemos recuerdo de él. Mira las máscaras que dejó. Toño no podía hablar. Levantó la máscara rota y la abrazó, entonces apreció su belleza y tranquilidad. Pensó en los dedos de luna trabajando la madera con paciencia y amor. Deseaba hacer algún día máscaras tan finas como las de su abuelo.

Lo intentaría con toda su alma.

Una Respuesta

  1. Avatar for Veronica Juárez
    15 febrero, 2011

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